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Los puntos

ROSA SOLBES

No parece mala idea ésta de la Visa 0,7%, que permitirá que parte del revoloteo virtual de nuestros billetes se pose en meritorias causas de voluntariado, ahorrándonos de paso la angustiosa acumulación de los puntos. Siglos antes de los masters en marketing y de las técnicas de fidelización, lo más moderno del barrio era un supermercadito de cadena cuyo nombre empezaba por "s" líquida. Tu hacías el gasto y te entregaban una libreta para que en ella, previo lengüetazo dorsal, coleccionaras las estampas a que te daba derecho cada compra. (Ahí empezó el declive del colmado de la señora Fina, que daba consejos pero no cartillas). También guardábamos las caperuzas de papel de la gaseosa, o los envases vacíos, y una vez hasta nos correspondió una muñeca.

Ahora también. Todos nos quieren premiar tras exprimirnos: los restaurantes, los cines, los hoteles, las compañías aéreas y las tarjetas de pago. Ejemplo: en el super me acaban de proporcionar una relación de regalos gracias a la que deduzco que después de haber llenado despensa y nevera unas cuarenta veces podré llevarme una toalla de bidé (los sellitos, eso sí, ya no necesitan saliva: son higiénicamente autoadhesivos). Algo más productivo es no pagar en el cine con esas cartulinas que te cuñan, aunque sirve igual una especie de cheque que recibes tras haber consumido en los establecimientos adheridos al club con siglas de onomatopeya gallinácea: librerías, agencias de viajes, tiendas de material deportivo...

Hoy he creído llegada la hora de recoger lo sembrado, de llevarme gratis algo verdaderamente sustancioso, y he iniciado las pertinentes gestiones. Pero en el hotel que calculo haber merecido tras repostar miles de litros en ciertas gasolineras, y comprar toneladas de libros, y de latas de espárragos... nunca hay plaza para la fecha que me conviene, y eso que aún habría que pagar unos miles para complementar los puntos.

Otra: transcurridos cuatro meses desde una importante aportación al plan de pensiones reclamo el regalo prometido por el banco que, en un arranque de sinceridad, reconoce que el reparto de los premios lleva "un poco de retraso".

Asimismo confieso que durante un periodo de tiempo no despreciable, y además de por la innegable comodidad del dinero de plástico, el anzuelo lanzado por una caja de ahorros me ha impelido a tirar de tarjeta para todo gasto, con evidente disgusto de muchos comerciantes, quejosos de las altas comisiones que se les descuentan.

Tras las implacables campañas de Navidad y grandes rebajas es ahora cuando llega el saldo, así como el catálogo de maravillosos objetos a que tengo derecho por mi contribución a reactivar, vía consumo más o menos desaforado, la economía patria que va bien. Y la entidad, dispuesta a tirar la casa por la ventana, me da a elegir entre tres plumeros o una docena de vasos de vidrio, ya que no alcanza para el juego de cubiertos chuleteros (12 piezas). O sea que ahora, una vez cerrada la promoción, es cuando deduzco que he sido pacata y actuado con cobarde contención. Porque tan sólo con haber firmado unos cuantos recibitos más, pongamos que por valor de 1.660.000 pesetas, podría aspirar a una plancha super vapor con base inoxidable, pulido espejo, piloto luminoso y rótula pivotante.

Maldita sea la miope austeridad que nos impide sacarle todo el jugo a la generosidad ajena.

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