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Santos dineros

A. R. ALMODÓVAR

La historia de Sevilla se puede leer, también, como una trifulca inacabable entre los sagrado y lo profano. Antaño fueron la fiesta grande del Corpus y las cruces de Mayo las que provocaron cíclicos enfrentamientos del pueblo con la clerecía, y aun con el beato cabildo de la ciudad. Pero muy particularmente con los representantes de Dios en la Plaza Virgen de los Reyes. Una vez tras otra, curas de vara alta y arzobispos de turno (Padre Mariana, Niño de Guevara, Espínola, Segura...) se fueron mostrando inflexibles con la proclividad del pueblo sevillano a la zarabanda y la orgía, so pretexto de Autos Sacramentales y Cruces de Mayo, y tras observar que ni en los unos había nada de sagrado ni en la otras se rendía más culto que al dios Baco y a la lujuriosa Primavera. Persecuciones y prohibiciones a destajo, pragmáticas y cortapisas, fueron dando su fruto, y hoy en Sevilla la fiesta del Corpus es como un desfile de ángeles asexuados, y las Cruces de Mayo ni existen. También el cardenal Segura consiguió liquidar los carnavales, y a punto estuvo de hacer lo propio con las ferias de la provincia, tras decretar que en su jurisdicción el baile agarrao era constitutivo de pecado mortal. (Eso, naturalmente, lo hizo mucho más apetitoso, y las ferias de los años cuarenta se convirtieron en sinuosas tentativas carnales a ritmo de bolero). Pero la energía festiva de los ciudadanos se vio así, poco a poco, constreñida a sólo dos expansiones: Semana Santa y Feria.

Pues bien, días pasados ha tenido lugar una nueva edición de ese encontronazo profundo entre la Sevilla oficial y la Sevilla real. Entre monseñor Amigo, actual inquilino del Palacio Arzobispal, y las Hermandades y Cofradías, que suman algo así como ciento cincuenta mil aguerridas almas nazarenas, dispuestas a no dejarse pisar por las sandalias de Pedro, de ningún modo. Esta vez la cosa reviste verdadero peligro (para monseñor), pues por medio andan los dineros, los santos dineros de las hermandades. Sucedió que en el mes de febrero fue llegándoles una misiva del vicario de la diócesis, que les conminaba a pagar tanto o cuanto, sin paliativos ni excusas. De paso, pretendía este tesorero a lo divino fiscalizarles la contabilidad, en aras de la transparencia debida, dicen. Se rebelaron muy mucho las hermandades ante tan inoportuno requerimiento, alegando que dista de la legalidad canónica. Nada menos que el hermano mayor de El Gran Poder amenazó con constituirse en "asociación privada". Las cofradías más populares alegaron simplemente que ya las pasan canutas para poder sacar a la calle sus Vírgenes y Cristos, sus tambores y trompetas. Y que el señor arzobispo se metiera en sus cosas. Llamada a rebato, ¿toque de campana? No, discreción, penitencia, que para eso estamos en el tiempo que estamos.

2 de marzo, jueves, explosión controlada. En un ambiente levantisco y raro, se congregan los cofrades, todos, a debatir la cuestión. Sede del Consejo de Hermandades, a un tiro de piedra (es metáfora) del Palacio Arzobispal. El vicario, que ha sido invitado a dar explicaciones de su misiva, no asiste. Los asambleados se requieren a sí mismos para que la prensa no se entere de nada. La prensa se entera de todo. Conclusión: una comisión para negociar con el prelado. Pero de momento, aquí no paga ni Dios.

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