El engorro valenciano
Me parece a mí que el error de Rafa Blasco ha sido pasarse de revoluciones en su obsequiosidad china. Al patinarle la zapata por exceso de celo, ha contribuido a fabricar una victoria tan incontestable que hace prescindibles sus servicios, por lo mismo que, haciendo la ola, el clamoroso triunfo de José María Aznar convierte en innecesarios los servicios de Eduardo Zaplana. Si se gana por un cinco pelao, el suministrador de chuletas sigue siendo el amigo de toda la vida desde cinco años atrás, pero con una goleada hasta el portero de noche se crece. Felipe González no quería morir de éxito, y por eso anda por ahí diciendo a todo aquel que quiere escucharle que la recuperación del centro político pasa por la necesidad de hacer todo lo contrario de lo que hasta ahora ha hecho. Yo no sé qué le queda por hacer a Felipe González, salvo recluirse por voluntad propia en el monasterio de Yuste, pero es preciso preguntarse qué otra cosa puede hacer Rafa Blasco por su jefe de Cartagena que no sea hundirle en la miseria, como es costumbre en la casa solariega de ese Gorrión Crest alcireño.Bien claro lo dijo el otro día el centrista Manuel Fraga: al abrigo de una victoria como la obtenida por su partido, uno puede hacer lo que le dé la gana. Aún así parece que hay ciertos límites locales a esa comprensible euforia. Desde esa perspectiva, la trifulca de cada día entre Manuel Tarancón y Consuelo Ciscar, jefa de Autopromoción Cultural, carece de sentido si se considera que Eduardo Zaplana tendría que perder previamente la razón para colocar de consellers al mismo tiempo al bravo matrimonio valenciano. Lo que no es obstáculo para que los interesados lo intenten. Tarancón, por su parte, hace lo que puede para conservar su cabeza, y lo que hace es anticiparse a los deseos del jefe para satisfacerlos antes incluso de que se atreva a formularlos. A veces, las más, se equivoca, como le ocurrió con el traslado de una enmarañada obra del mobiliario urbano finalmente destruida, pero otras acierta en el blanco preferido por Zaplana, como es el caso de la persistencia en el incordio contra la autonomía universitaria. Un punto todavía no aclarado en el chusco episodio del traslado de la ya ex escultura es que si la decisión era, digamos, neutral y provenía de Obras Públicas sección RIVA, todo indica que los buenos modales aconsejaban la consulta con el director del IVAM acerca de la pertinencia de la movida. Es posible que en ese punto de tan tortuoso recorrido mediase alguien para desaconsejar lo más aconsejable y liarla bien liada. En el episodio antiuniversitario, en cambio, todo está bastante claro, y quienes conocen los prontos de Zaplana no descartan que Pedro Ruiz esté pagando mediante esa obtusa intromisión su atrevimiento al evitar su presencia el otoño pasado en el acto de entrega de unos premios otorgados por el jefe. Así las cosas, todo parece indicar que la Academia Valenciana de la Lengua será valencianera o no será, y no sólo por la astuta fagotización del regionalismo político llevada a feliz término por el partido en el gobierno de la manita de Rafa Blasco.
A Zaplana todo esto no le importa gran cosa, como es lógico. Primero, porque creía estar aquí de paso, acumulando méritos que le llevarían a abrazar más altas empresas, y segundo porque no termina de comprender los términos de un conflicto cuyas claves se le escapan, lo mismito que ocurría cuando tratabas de explicar a alguien que tenía la fortuna de no ser valenciano los sucesos de unos maravillados años en los que cualquier ama de casa se creía tan lingüística como Noam Chomsky por lo menos, tan admirado por María Consuelo Reyna, al hacer la compra en el mercado. Pero lo cierto es que esa primera fase de acumulación de méritos nos va a salir por un ojo de la cara. El dumping sistemático que practica este Gobierno con las instituciones que lo legitiman y su desbordante rosario de macroproyectos van a dejarnos a cada uno con lo puesto a poco que nos descuidemos, que acaso ya lo hemos hecho. No parece factible por completo la idea de convertir todo el litoral de este país en un gigantesco Benidorm turístico con la mirada puesta en el ejemplo de Las Vegas sin pagar un alto coste social por ello. De momento, el proceso de absorción de voluntades colaboradoras se encuentra en todo su esplendor, en cualquier modalidad de actividad que se considere, de modo que se carece de alternativa para un modelo alentado por la tentación de convertir este país en algo irreconocible en sentido estricto. La pregunta es: ¿Después de Zaplana, qué?
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