La dama de plata RAFAEL ARGULLOL
En una curiosa anotación del 27 de octubre de 1821, recogida en este prodigioso testimonio de la construcción de un pensamiento que es el Zibaldone, Giacomo Leopardi escribe: "La velocidad es sumamente agradable de por sí, es decir, por la velocidad, la energía, la fuerza, la vida de esa sensación. Que despierta realmente casi una idea de lo infinito, sublima el alma, la fortalece, la pone en una actividad indeterminada, o en un estado de actividad más o menos pasajero. Y más aún cuanto mayor es la velocidad".Aunque Leopardi se refiere a la velocidad de los caballos, "ya sea vista o experimentada", no deja de llamar la atención la similitud de sus argumentos con ciertas observaciones de Albert Camus sobre los automóviles, pasión que tempranamente truncaría su vida, o de Arturo Benedetti Michelangeli, el taciturno y enorme pianista que sólo aceptaba comparar el placer de interpretar a Beethoven con el de conducir los bólidos que en ocasiones ponía a su disposición su amigo Enzo Ferrari. El gusto por lo intangible, en todos los casos, se une a la paradoja de combinar el espíritu introspectivo y la inclinación por lo fronterizo y fugaz.
Algunos pintores y escultores modernos han intentado representar, e incluso expresar, la velocidad, con el mismo talante con que Edvard Munch expresó el grito. Entre los futuristas, por ejemplo, había una cierta propensión a reflejar artefactos dinámicos en los que pudiera visualizarse su fe en el porvenir, y también los constructivistas experimentaron con los efectos aerodinámicos. Pero posiblemente la más delicada -y quizá también la más extravagante- encarnación de la velocidad, el pequeño Hermes del siglo, haya sido la Dama de plata moldeada por Charles Sykes: una figura femenina alada, volcada hacia el vacío o a punto de emprender el vuelo, que a partir de 1911 coronó el radiador de los automóviles Rolls-Royce.
Esta nueva Victoria de Samotracia tuvo, desde el principio, insignes admiradores, y uno de ellos, el gran historiador del arte Erwin Panofsky, escribió en 1962 un delicioso ensayo sobre el tema, recientemente traducido (Sobre el estilo, Paidós, Barcelona, 2000). En Los antecedentes ideológicos del radiador Rolls-Royce, Erwin Panofsky traza, con su acostumbrado rigor aunque con buenas dosis de ironía, el itinerario tipológico que permite la íntima relación formal entre el famoso radiador y su ilustre modelo: la Villa Rotonda de Palladio en Vicenza.
Si los grandes estudios de Panofsky sobre el Renacimiento y el Barroco han modificado, en gran parte, nuestra percepción sobre la vida interna del arte, contribuyendo a explotar sus implicaciones simbólicas, esta pequeña joya sobre una obra aparentemente frívola nos permite advertir, concentradas, las líneas maestras de la iconología, el método de análisis artístico inaugurado por Aby Warburg y llevado a su máximo esplendor por el propio Panofsky. Al dominio deslumbrante de la genealogía de las formas le sucede una capacidad excepcional para relacionar teorías y mentalidades: tras el radiador del Rolls-Royce aparecen, como en una secuencia de cajas chinas, mundos imprevisibles que la mirada superficial jamás experimentaría.
Concebida como imagen de la velocidad, la Dama de plata emprende simultáneamente, de la mano de Panofsky, un vuelo por el universo de las formas en el que cada nuevo horizonte entraña una breve pero intensa lección sobre la historia del arte. Podría decirse que en ese vuelo todo es perfectamente inútil, pero nada es superfluo. Aceptado el viaje, el lector encuentra imprescindibles cada una de las etapas que el guía le propone: la "revolución de los jardines" en la que pugnan el tipo inglés con sus rivales italiano y francés constituye una meditación sobre el vínculo entre cultura y naturaleza; las miniaturas y bufonerías de los manuscritos medievales introducen al juego de la imaginación y a los límites de la fantasía; la bóveda en abanico y el "estilo perpendicular" del gótico británico en contraste con el continental dibujan los ritmos contradictorios de las tradiciones europeas.
Especial relevancia tiene, por supuesto, el capítulo dedicado por Panofsky a la prehistoria palladiana del radiador del Rolls-Royce. Como a través de un zoom las formas se suceden vertiginosamente, desde la antigüedad a nuestros días y desde los templos a los motores. Si Palladio se había inspirado en el Panteon de Roma para su Villa Rotonda, ésta sirve de inspiración para numerosos palacios y tempietti, tanto en la Europa continental como en Gran Bretaña, hasta llegar al palacete Chiswick diseñado entre 1723 y 1725 por el fervoroso palladiano Henry Boyle, con una fachada que en efecto es ya -o casi- el radiador del Rolls-Royce.
Sin embargo, como advierte Panofsky, el estatismo de esta severidad palladiana y clasicista debía ser necesariamente contrarrestado por el vuelo modernista de la Dama de plata: un salto hacia la ilusión de energía e inmaterialidad de la velocidad, fascinante, arriesgada y absurda como ésta.
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