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La Europa de Blair empieza en Lisboa

La Cumbre de Lisboa puede pasar a la historia o quedarse en un fiasco. Pasar a la historia, porque suponga un cambio fundamental en el mensaje político-económico de la Unión Europea y un relevo de liderazgo generacional. Un fiasco, porque ese mensaje, de gran fuerza política, no se ha apoyado en decisiones de calado. El viaje a la nueva economía se quiere hacer con las alforjas llenas, sobre todo de liberalismo y retórica.Los Quince se han impuesto objetivos simbólicos de gran fuerza, como alcanzar la tasa de ocupación de Estados Unidos en 10 años para ir hacia el pleno empleo, implantar Internet en todas las escuelas, aumentar las inversiones en formación. Pero una tras otra, esas medidas parecen más un catálogo de ideas -una shopping list, en jerga comunitaria- que un plan fuertemente anclado en las necesidades de la economía europea para multiplicar la inversión privada en los sectores emergentes. No hay, por ejemplo, un proyecto de mercado único europeo de telecomunicaciones o una propuesta de autoridad unificada de concesión de licencias.

Hay muchas declaraciones de intenciones, como la de "ultimar" el paquete fiscal pendiente, aunque no se ofrece ninguna alternativa que desatasque el embrollo. O referencias muy genéricas, como preparar un plan de acción sobre comercio electrónico. O promesas endémicamente incumplidas, como suprimir los trámites burocráticos para la creación de empresas.

Pero, por encima de esas limitaciones, la cumbre de la nueva economía va a marcar definitivamente un cambio de generación en la UE. La Europa de Maastricht, bajo la influencia de líderes de la talla de Helmut Kohl, François Mitterrand, Margaret Thatcher o Felipe González, ha cedido el paso a la Europa de Tony Blair, Gerhard Schröder, José María Aznar o Massimo D'Alema. Ya tenían el poder. Ahora tienen, además, el líderazgo político de la construcción europea. Se ha acabado la generación del mercado interior, de la cohesión, de la moneda única. Eran los últimos políticos todavía encaramados al Estado de bienestar por encima de todas las cosas, aunque acabaron atados a la realpolitik del euro.

La Europa surgida de Lisboa se mira mucho más en el modelo americano que en la llamada economía renana, la que impulsó la sanidad y las pensiones como el mejor antivirus frente al comunismo. La generación de Maastricht acabó parapetada en criterios de convergencia, déficit, paro. Sus sucesores beben en la fuente de Internet, la economía digital, el empleo. Quieren ser (son) la modernidad, ese fenómeno que ha convertido en arcaico al PSOE y ha dado la mayoría absoluta al PP de José María Aznar.

Muerto el comunismo, enterrada la generación Kohl-Mitterrand, en Lisboa ha sonado la hora del liberalismo, la llave con la que Europa quiere abrir sus puertas a la nueva economía para atrapar y superar a Estados Unidos. La receta es sencilla: liberalizar la actividad económica -con las telecomunicaciones como faro-, mantener la política de reformas estructurales y de saneamiento de las finanzas públicas, modernizar (¿eufemismo de recortar?) los sistemas sociales.

El mensaje de Lisboa se aferra tanto a lo constructivo, lo positivo, que olvida subrayar algunas de las diferencias fundamentales que separan a Europa del mito que persigue, EEUU. El modelo estadounidense es el del crecimiento vertiginoso, el éxito individual, la libertad de empresa, la implantación arrolladora de Internet. Pero también es un germen de exclusión social, de racismo, de subempleo, de incultura, de carencias sanitarias, de aumento de la pobreza. Un modelo basado no sólo en la innovación tecnológica, sino en el despido libre inmediato, una movilidad geográfica lindante con el desarraigo, los precios baratos de los carburantes sin reparar en sus consecuencias medioambientales. ¿Se puede ser EE UU y seguir siendo Europa?

Casi nada de lo dicho en Lisboa es estrictamente nuevo, pero de allí ha salido un mensaje arrollador. El elogio al mercado frente a la intervención pública nunca había sido tan clamoroso. Se ha convertido en receta única, en la medicina que cura todos los males. Frente al socialismo de rostro humano emerge el liberalismo de rostro humano. El triunfo de ese mensaje parece insinuar un desplazamiento del tradicional centro de poder en la Unión Europea. ¿Está en declive el eje Bonn-París desde que el canciller se ha mudado a Berlín? ¿Se ha convertido la UE en una pirámide de amplia base con vértice en Londres? ¿Manda Blair en Europa?

La pareja franco-alemana como motor de la integración europea hace años que sólo funciona al ralentí. Gerhard Schröder se entiende mejor con Tony Blair que con el ortodoxo Lionel Jospin. Ese cambio ha sido clamoroso en Lisboa. Francia apenas ha podido retrasar la apertura de los mercados de energía y transportes y poner en la agenda de futuro un cierto debate sobre el concepto de servicio público. Los socialistas franceses parecen atrapados entre la marea y la querencia. Entre Internet y las 35 horas.

En ese entorno, la influencia de Blair es creciente. Aunque no ha logrado presentar una iniciativa conjunta con Schröder, ha tenido la habilidad de suplir esa carencia con tres propuestas a la vez. Y asentar cada una de ellas en una sensibilidad distinta. Es compañero de viaje de José María Aznar, el conservador a la moda. De Massimo D'Alema, el único ex comunista con silla en el Consejo Europeo. Y del dinámico belga flamenco Guy Verhofstadt, jefe de un Gobierno tripartito de liberales, socialistas y ecologistas.

Blair ha acabado por insuflar sus ideas al resto de sus colegas. Y el Consejo Europeo le ha premiado con la torna: una cumbre anual, cada primavera, para garantizar que son los jefes de Estado o de Gobierno quienes fijan la dirección estratégica de ese viaje a la nueva economía. Blair se asegura así una capacidad de influencia en la política económica que el Reino Unido estaba empezando a perder por su ausencia de los debates del Euro-11, la reunión de los ministros de Economía y Finanzas de la zona euro.

La nueva situación la sintetizó con alborozo el ministro español y vicepresidente primero en funciones, Rodrigo Rato, en los pasillos de Lisboa. "Aquí hemos vivido un cambio de tendencia fundamental, estamos muy lejos del lenguaje de hace dos años, en tiempos de Strauss-Kahn y Lafontaine", dijo. Nadie ha descrito mejor el ocaso de una manera de entender Europa y su sustitución por otro modelo. El de la Europa de Blair.

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