Continuismo en Japón
La rápida designación de Yoshiro Mori, número dos del partido gobernante, como nuevo primer ministro japonés, en sustitución del agonizante Keizo Obuchi, señala la voluntad de evitar un vacío de poder, siquiera simbólico, en la complicada coyuntura nipona. Pero refleja sobre todo las limitaciones del Partido Liberal Demócrata para aportar aire nuevo a la enrarecida situación de un país que fue la estrella de Asia y que, a pesar de su peso, languidece desde hace años. Mori, un ex deportista de 62 años, ha sido leal escudero de Obuchi en sus 20 meses al frente del Gobierno. Inmediatamente ha ratificado a todo el Gabinete y anunciado que mantendrá las políticas de su predecesor. Eso quiere decir que las medidas de reforma que la economía japonesa necesita imperiosamente, y que Obuchi esbozó en el sector bancario, pero nunca puso en práctica globalmente, seguirán esperando. Mientras, la popularidad del Gobierno sigue bajando en las encuestas a tres meses de una cita, la cumbre del Grupo de los Ocho en Okinawa, que Tokio valora en extremo. Como muchos otros dirigentes del Partido Liberal Demócrata, cuya ala más conservadora ocupa los puestos de mayor relieve, Mori es un político de oficio, que ha ido ascendiendo en el escalafón más por su capacidad para la componenda que por sus ideas a propósito de los grandes temas de su país. Su designación por los jefes de las diferentes facciones revela un instintivo deseo de no modificar el statu quo; lo que significa que el nuevo primer ministro nace debilitado, que el poder residirá en el partido. Su mandato, de otra parte, puede ser de meses. El estado mayor del PLD sugiere ya adelantar las elecciones parlamentarias de octubre para aprovechar la oleada de simpatía popular suscitada por la desgracia del ex jefe de Gobierno en coma. El mayor mérito de Obuchi ha sido mantener el orden en un partido de feudos y sostener casi dos años una coalición tripartita, reducida a dos tras la defección liberal. Poco más sustancial. El reto de su sucesor es encarrilar de una vez una economía -la segunda del mundo- que de nuevo ha entrado en recesión en el último trimestre; y en la que sucesivos Gobiernos han enterrado un billón de dólares en la pasada década sin conseguir revigorizarla. Pero no sólo la liberalización económica está por hacer en el anclado Japón. El cambio político, al menos tan importante e imprescindible para otorgar a la potencia asiática la capacidad de liderazgo que necesita, sigue en el limbo. El Partido Liberal Demócrata, como su largo historial inmovilista acredita, no lo ha entendido. El automático ascenso de Mori lo confirma.
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