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Ensoñación

Enrique Gil Calvo

Si la reciente victoria del PP se obtuvo por derecho propio (ya que creció en votos con menor participación), también la derrota del PSOE fue merecida por defecto propio, pues aunque cedió votos a su derecha el mayor castigo procedió de la abstención. De modo que el fracaso socialista se debe no tanto a factores externos (el cambio ideológico y generacional del electorado) como a causas internas, entre las que destaca su propia incapacidad para convencer a sus posibles electores de que podía confiarse de nuevo en el PSOE. Así que no conviene abusar de la vieja excusa de echar balones fuera, culpando de la derrota al cambio social. Es verdad que España ha cambiado, como no podía ser menos, pero también mantiene su continuidad, aprendiendo de la propia experiencia acumulada durante los pasados años. Y si la izquierda se ha hundido es porque sus electores han pasado factura, pidiendo cuentas por los errores cometidos y censurando a sus dirigentes con el voto de castigo de una abultada abstención masiva.Así se explica que el acuerdo PSOE-IU no funcionase en las urnas. Los electores de izquierda no le prestaron crédito suficiente porque, para que un pacto semejante pudiera resultar creíble, habría sido preciso que, antes de firmarlo, socialistas y comunistas hubiesen explicado en público las razones que hasta entonces lo habían hecho imposible. Y eso exigía por ambas partes una autocrítica en toda regla, asumiendo su respectiva responsabilidad por todos los desastres anteriores: Filesa y el GAL, en el caso del PSOE, la pinza Aznar-Anguita en el de IU.

En cambio, no parece verosímil que los electores de centro hayan huido hacia el PP sólo movidos por el miedo al pacto social-comunista. Es verdad que todavía subsiste aquí un difuso anticomunismo latente, pues a diferencia del caso francés, donde se legitimaron como héroes de la resistencia antinazi, los comunistas españoles son culpados por ambos bandos del desastre de la guerra civil. Pero la guerra fría acabó en el 89 y ya es hora de facilitar su plena inclusión en el sistema político español. Lo que sólo sucederá cuando accedan a Gobiernos de coalición, aunque esto no sea quizá posible sin antes habernos convencido previamente de su completa desestalinización.

En todo caso, el PSOE debiera haber previsto la incomprensión de sus bases ante un pacto contra natura. Por eso, el giro a la izquierda debiera haberse compensado con otro giro contrapuesto hacia el centro a fin de reequilibrar el escoramiento. Hubiera convenido, en suma, tapar a Largo Caballero con Indalecio Prieto. Y para ello nada mejor que apostar decididamente por la tercera vía que hoy gobierna Europa. Pero el social-liberal Almunia, por temor a las apariencias, se disfrazó de izquierdista presentando un programa a la francesa. Y esto supuso un craso error tanto en términos estratégicos, pues el futuro de la izquierda está en la tercera vía, como tácticos, ya que así le cedió a Aznar en bandeja el monopolio de su afinidad con Tony Blair.

Y excuso citar los demás errores cometidos, pues quiero subrayar lo que me parece la principal causa de la derrota socialista. Y es su pérdida del sentido de la realidad, de acuerdo al hiperrealismo mágico que les atribuye Víctor Pérez-Díaz. Se comportaron como si, creyendo en el cuento de la lechera, tuviesen la victoria a tiro por su presunto derecho a volver a ganar. De ahí la incrédula sorpresa con que han recibido tan brutal derrota. ¿De dónde pudo venirles tamaña ensoñación? Quizá esperaban que se reprodujese el efecto Papandreu y que, tal como sucedió con la catarsis griega, los electores castigasen la pinza Aznar-Anguita y devolvieran a los socialistas un poder que les habría sido robado de forma injusta tras una conspiración mediático-judicial. Pero creer esto significa que siguen sin querer enterarse de lo que ocurrió realmente en España, negándose a reconocer que su derrota del 96 fue justa y necesaria, dada la gravedad de las evidencias acumuladas. Por eso, hasta que el PSOE no asuma críticamente su responsabilidad histórica no podrá recuperar la perdida confianza ciudadana.

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