_
_
_
_

Montjuïc se rinde al equipo español

Àngels Piñol

Hacía trece años que no se veía algo así. Barcelona acogió con un entusiasmo hasta ahora desconocido a la selección. Más de 50.000 aficionados, la mayoría de ellos con pequeñas banderas, acudieron a Montjuïc para presenciar el España-Italia. El público no cesó de animar ante cualquier jugada de un futbolista español y de abroncar las internadas o faltas de los italianos. Como si quisieran demostrar que la selección puede pensar también en Barcelona. Y animaron con todo: haciendo la ola, gritando el tópico de bote, bote -en este caso italiano- el que no bote, o lanzando epítetos nada elegantes a Italia cuyo himno, tan comprimido como el español, ahogaron a gritos.Posiblemente, la afición logró que la selección no sea tan cara de ver. España no jugaba en Barcelona desde 1987 cuando en la alineación figuraban, entre otros, Michel y el propio Camacho. El seleccionador ahuyentó el martes el miedo a que sus futbolistas estuvieran tan solos como él y sus compañeros: sólo acudieron la última vez, al Camp Nou, ante Holanda, 20.000 personas.

Más información
España mantiene sus mejores constantes
"Jugando así sólo puedo divertirme"
Invitación al optimismo

Aquel fracaso aplazó el regreso hasta ayer. El Espanyol, inquilino del estadio olímpico, gestionó la venta de 20.000 localidades y la Federación se reservó un buen paquete de boletos. Los accesos a Montjuïc, feudo también de la selección catalana en Navidad, se atascaron muy pronto. Y el estadio, con pancartas tan variopintas como la de "Teruel también existe", acogió casi un lleno. El marcador electrónico reveló que hubo 53.600 personas sobre 55.000. Y que la reconciliación en este aséptico estadio que enloqueció con los goles es posible.

Realmente, el público que ayer acudió a Montjuïc fue muy distinto del que anualmente se desplaza para presenciar los partidos de la selección catalana. Un sector de aquella afición resulta mucho más reivindicativa y parece estar menos interesada en el espectáculo puramente deportivo.

Los incidentes ocurridos en el último partido de la selección catalana el pasado mes de diciembre ante Yugoslavia, no encontraron su lugar ayer. El público que había acudido al estadio donde habitualmente juega el Espanyol, era otro. Y éste vivió el partido de una forma muy distinta. No hubo actitudes beligerantes, no se escucharon cánticos anticatalanes, no hubo quema de banderas. La situación estuvo en todo momento bajo control, por la simple razón de que lo más importante ayer era animar al equipo, a la selección española.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_