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Tribuna:Aula libre
Tribuna
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Una política universitaria inaplazable Francisco Michavila

Cuenta Marguerite Yourcenar que Flaubert, en una de sus cartas, hablaba del periodo histórico cuando "los dioses no estaban ya y Cristo no estaba todavía", y decía que de Cicerón a Marco Aurelio "hubo un momento único en que el hombre estuvo solo". Sin semejante grandeza histórica, esa visión resulta válida para la vida universitaria española actual. La LRU no es ya el marco adecuado para resolver sus problemas, y el tiempo pasa sin que nuevos horizontes la sustituyan y aporten soluciones innovadoras; el sentimiento de soledad de nuestra universidad proviene de considerarse desatendida. Mientras tanto, crece la dialéctica entre quienes, desde posiciones inmovilistas, sólo adivinan peligros en los cambios para la participación y el gobierno democrático de la institución -a veces recuerdan a Woody Allen cuando se definía como un reaccionario de izquierdas- y aquellos otros que, frontalmente opuestos, depositan toda su confianza en una nueva tecnocracia universitaria. Pero la tecnocracia no resuelve, ni ha resuelto nunca, los problemas sociales: educativos, culturales o económicos; siempre he sentido repulsión hacia ella (recuerdo aquel Tartufo de Marsillach de finales de los sesenta en el teatro Español: sátira de una época dominada por aquella mezquina oligarquía político-religiosa-tecnocrática del tardofranquismo).La educación es una de las componentes esenciales que conforman los principios básicos de la acción política: cómo generar más riqueza y cómo distribuirla mejor. El predominio de un valor sobre el otro y las diferentes prioridades constituyen el fundamento de la distinción entre las visiones que tienen de la sociedad la derecha y la izquierda. Tales sensibilidades sociales determinan la importancia y la atención que prestan a la formación de los ciudadanos y, en particular, el sentido que dan a la educación superior. Sin embargo, es posible apuntar ciertas grandes líneas de actuación y tendencias de evolución para la universidad española, en las que pueden coincidir opciones políticas progresistas y conservadoras. En el actual momento universitario existen bastantes posibles puntos de encuentro y coincidencias en los objetivos, aunque las razones para unos y otros sean distintas, cuando no opuestas: la derecha pondrá su acento en criterios de competitividad social, y la izquierda incorporará mayor sensibilidad en permitir la igualdad en el acceso al conocimiento y el desarrollo solidario.

Son tres las estrategias más importantes para diseñar una nueva política universitaria: el conjunto de las universidades españolas ha de buscar el equilibrio entre competitividad y cooperación, los aspectos fundamentales de esa política universitaria (como son, por ejemplo, la evaluación institucional o la gobernabilidad) tienen que considerarse asunto de Estado y planificarse a largo plazo y, en tercer lugar, la convergencia y la armonización de nuestra universidad con las otras europeas es inevitable y, además, deseable.

La competitividad será un motor de progreso y modernización para las universidades, aunque, si tales energías se encaminan simplemente a clasificar instituciones o personas, sus consecuencias no serán beneficiosas por muy eficaces que sean; su contrapunto es la cooperación que ha de promoverse entre universidades, actores sociales y organismos internacionales. En este ámbito, la política universitaria debe asumir dos objetivos prioritarios: un incremento real de la movilidad de los estudiantes -con la implantación de un programa innovador de ayudas mediante préstamos, créditos y becas- y una actualización periódica de las enseñanzas a través de un sistema de acreditación de las titulaciones impartidas, según un procedimiento que obligue a las universidades a revisar cada diez años, por ejemplo, sus programas, infraestructuras y metodologías educativas. Los resultados de dichas revisiones han de ser públicos y originar consecuencias positivas o negativas para la institución evaluada.

No es deseable que aspectos esenciales de la educación superior estén sometidos a vaivenes permanentes, causados por la alternancia política. La universidad no debe andar y desandar cíclicamente el mismo camino; por ello, es preciso que la derecha conservadora y la izquierda progresista busquen sus coincidencias y hagan un pacto amplio y duradero sobre aquellas parcelas en las que tienen una misma visión de la política universitaria. Entre los contenidos de ese acuerdo deberían figurar la reforma de las estructuras organizativas, el modelo de gobierno, dirección y gestión de las universidades, el respeto estricto a la autonomía universitaria -cuyo alcance precisa actualizarse- y unos programas estatales plurianuales para la formación de nuevos profesores.

La convergencia europea será fructífera para la universidad. Deberá consistir en una armonización de los diversos sistemas universitarios de forma que, como dice Claude Allègre en el prólogo de un libro que acabo de publicar, Europa se asemeja a una orquesta en la que cada país toca un instrumento diferente.

Para que nuestra educación superior no defraude las actuales expectativas de progreso social, es inaplazable que los gobernantes hagan de nuevo política universitaria, ¡Atrévanse, por favor!

Francisco Michavila es catedrático y director de la Cátedra Unesco de Gestión y Política Universitaria de la Universidad Politécnica de Madrid.

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