Los nacionalistas
La mayoría absoluta del PP empieza a tener efectos sobre sus antiguos aliados. La reunión que el jueves mantuvieron los firmantes de la Declaración de Barcelona ha emitido sus resultados en una frecuencia bastante más plural que en los encuentros anteriores. Ahora lo común es la retórica, y lo diverso, la política: la de alianzas sobre todo. Las que practica o propone cada uno de los firmantes -CDC, Unió, PNV, BNG-, no sólo son diferentes, sino difícilmente compatibles entre sí. Así, mientras que los gallegos del BNG apuestan por una alianza de izquierda y tienen ya en los municipios al PSOE como principal socio, el PNV se mantiene en el terreno del frente nacionalista, aunque tratando de atraer a los socialistas para aislar al PP. Por su parte, tanto Convergència como Unió -es decir, Pujol- se muestran receptivas a los guiños del PP. Si política significa ante todo política de alianzas, es difícil articular una estrategia común partiendo de opciones prácticas tan diferentes.Por ello, los firmantes sólo se han puesto de acuerdo en evitar hacer del frentismo contra el PP una asignatura obligatoria. El mejor ejemplo lo dio el anfitrión: a la misma hora en que los dirigentes de las cuatro formaciones compartían declaraciones más o menos soberanistas, el consejero de Economía catalán, Artur Mas, negociaba los presupuestos de la Generalitat para el año 2000 -todavía sin aprobar: se prorrogaron los de 1999- con una representación del PP. Todo un ejercicio del libre albedrío por parte de CiU.
Los nacionalistas catalanes quisieran mantener su incidencia en la política general española, pero saben que en Madrid ya no se les necesita. Es un problema, porque ellos, a su vez, necesitan el apoyo del PP para mantener su precaria mayoría, especialmente para poder sacar adelante sus presupuestos. Esperaron hasta las legislativas en busca de un escenario más confortable que les permitiera repetir su intercambio de apoyos en Madrid y Barcelona. Pero la mayoría absoluta exige un replanteamiento de la naturaleza de esta sociedad de auxilios mutuos. Aznar puede dar sus votos a Pujol, pero la devolución del favor sólo tendría efectos simbólicos: alcanzar la marca de la investidura de González en 1982 (202 votos) y dar credibilidad a las proclamas de centrismo y de utilización prudente de la mayoría.
Cierto es que las iniciativas legislativas de CiU han buscado los votos de socialistas o republicanos en la anterior legislatura, pero la base sobre la que ha edificado su política CiU ha sido siempre el PP. Probablemente, la sociedad de apoyos mutuos funcionará también en esta legislatura, pero ahora es Aznar quien tiene la llave de la mayoría en el Parlamento catalán, sin que Pujol disponga de un arma disuasoria equivalente en Madrid.
Los nacionalistas vascos, por su parte, siguen en su ensimismamiento. El lehendakari planteó esta semana en Madrid una oferta de nuevo marco político "estable y definitivo" basado en el giro soberanista del PNV. Se trata de una conferencia que Ibarretxe iba a pronunciar en noviembre y que se aplazó por el anuncio de ruptura de la tregua. Desde entonces ha habido tres asesinatos, se ha roto el acuerdo parlamentario con EH, Ibarretxe se ha quedado en minoría en la Cámara vasca y se han celebrado unas elecciones legislativas en las que las fuerzas nacionalistas han obtenido en Euskadi y Navarra un tercio de los votos.
Nada de esto parece haber tenido incidencia en el planteamiento del lehendakari. Insiste en que no hay que confundir violencia con normalización, pero sostiene que ETA es la expresión de un conflicto político, y propone para resolverlo satisfacer lo esencial del programa de esa organización; reconoce el pluralismo vasco, pero sólo para invitar a los partidos no nacionalistas a avalar con su presencia un foro cuyo objetivo sea sustituir el actual marco por uno más favorable al nacionalismo.
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