Nada que celebrar para las minorías de Kosovo
El hermano de Baskim lleva marcado en el rostro algo más que sus rasgos gitanos. Las señales de una brutal paliza lucen recientes sobre su cara. Ser gitano en Pristina es sinónimo de haber hecho el trabajo sucio de los militares y paramilitares serbios que violaron, asesinaron y arrasaron los hogares de muchos albaneses de Kosovo. El hijo de Sandra decidió escapar por unos instantes a la vigilancia -y protección- de las tropas de la OTAN. Con las facultades mentales mermadas, no calibró lo peligroso de su aventura. Así, este serbio encaminó sus pasos hasta la barbería del pueblo desde la que se arrastraría para morir desangrado a la orilla de un río. El barbero albanokosovar del pueblo manejó su navaja con toda la crueldad que le dictó la venganza que llevaba tiempo rumiando. El hijo de Sandra llevaba algunos días muerto en el río cuando le sacaron. Su madre todavía dice hoy que aquel serbio no era su hijo. Fue incapaz de reconocer ni uno solo de sus rasgos de un rostro completamente desfigurado por los navajazos.Un año después del comienzo de la guerra que debía liberar a Kosovo de las matanzas orquestadas por el régimen de Belgrado, ninguna de las minorías que pueblan la provincia serbia puede andar por las calles sin sentirse objetivo de las miradas de demasiados albanokosovares que les insinúan que pueden ser asesinados en cualquier momento por pertenecer a la etnia equivocada.
No ser albanokosovar tiene amenazada hoy la vida de los algo más de 100.000 serbios, 30.000 gitanos, 35.000 eslavos musulmanes, 20.000 turcos, 12.000 goranis (eslavos de la región de Gora que, a diferencia de los serbios, profesan el islam) y algo menos de 500 croatas, según expone en su último informe sobre minorías la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE).
Tanto la OSCE como el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) han reiterado en diversas ocasiones que la situación general de las minorías étnicas en Kosovo es precaria a casi diez meses del despliegue de cerca de 40.000 soldados de las tropas de la OTAN y de algo menos de 2.000 policías de Naciones Unidas. Y alertan de que, si las estadísticas de crímenes publicadas por la misión de Naciones Unidas en Kosovo (UNMIK) han disminuido en los últimos meses y parecen haberse ralentizado los incidentes violentos contra las minorías, se debe en gran medida a que la población no albanesa ha decrecido de manera significativa en la región en los últimos tiempos. Más de 200.000 serbios han abandonado la provincia desde la entrada de la Kfor en Kosovo en junio del año pasado y cerca de mil personas han sido asesinadas. De ellas, más de ochocientas son ciudadanos no albaneses, según diversas fuentes.
"Ya no podemos vivir más tiempo escondidos", asegura Savic, un serbio de más de setenta años de Slatina, un pueblo al norte de Mitrovica. Él y su esposa resisten rodeados de casas de albanokosovares. Eran 40 familias y apenas quedan los adultos de ocho de ellas. "De noche nos disparan", se queja airada la mujer de Savic. "A veces también nos disparan de día y entonces tenemos que permanecer agachados, tirados en el suelo hasta que nos atrevemos a ponernos en pie". "Así no se puede vivir, acabaremos marchándonos todos".
Junto a la esposa de Savic, dos mujeres serbias murmuran agravios. Lamentan que los niños del pueblo las insulten con "palabras feas", como dicen ellas, evitando así repetir los graves calificativos empleados por los pequeños. En Kosovo, los niños albaneses son utilizados en ocasiones por los adultos para sembrar su campaña de terror contra los serbios. Son el arma ideal. Son menores y por tanto no pueden ser detenidos por la policía de Naciones Unidas.
Violencia, hostigamiento, discriminación, intimidación e impunidad están hoy generalizados y ampliamente esparcidos sobre Kosovo contra todos los ciudadanos no albanokosovares. La combinación de falta de seguridad, restricción de movimientos y falta de acceso a los servicios públicos (particularmente salud) son al día de hoy la principal causa de la marcha de los serbios y los gitanos de Kosovo. A pesar de que ha habido ciertos movimientos de retorno a Kosovo, el éxodo continúa, y parece poco probable que la tendencia se vaya a invertir en un futuro próximo. Toda esta ausencia absoluta de respeto a los derechos humanos ha afectado igualmente, y de manera creciente, a los albanokosovares moderados y a todos aquellos que han ejercido críticas contra el sistema de violencia que impera en Kosovo.
La ausencia de un sistema judicial que funcione es uno de los retos con los que se enfrenta la provincia serbia. Todo el mundo en la región se resiente de la falta de una ley independiente e imparcial, pero las consecuencias más graves de esta ausencia las sufren las minorías. Si además de ser vulnerados sus derechos estas personas no tienen a quién recurrir para denunciarlo, sufren una doble violación. En los únicos cinco centros de detención que existen en Kosovo se mezclan albanokosovares con serbios y gitanos, y, según insinúan algunos de los policías de la ONU que los vigilan, sus vidas corren peligro.
Más trágico que ver la minuciosa custodia que ejerce un policía de Naciones Unidas sobre un serbio en un centro de detención es contemplar la atenta y escrupulosa mirada que ejerce uno cualquiera de sus compañeros sobre las pastillas que debe ingerir un serbio enfermo en el hospital de Pristina. Allí la violencia no se inflige con golpes. El asesinato se culminaría cuando un olvidadizo enfermero albanokosovar no le da la dosis adecuada de medicamento a un anciano serbio que sufre del corazón.
La tortura, el asesinato, el pillaje y los incendios que hicieron tristemente famosa la limpieza étnica la primavera pasada fueron seguidos desde comienzos del verano por la depuración de serbios, gitanos y otros ciudadanos no albaneses. Hace más de un año, un cartel colgado del cuerpo de una niña de dos años empalada cerca de Pristina advertía a los albanokosovares: "Esto es Serbia y esto es lo que vamos a hacer a todos los albaneses, porque soy Dios y la OTAN no significa nada para mí". Sobre los muros de Pristina reza hoy la misma leyenda de intolerancia y odio: "Muerte a los serbios".
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