_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

100 años de banca valenciana

En 1900, un banquero asturiano, José Tartiere, fundaba un pequeño banco en Valencia, con capitales de su tierra y de la vecina Cantabria. Formaba parte de una estrategia empresarial que buscaba vincularse al comercio local -en el caso valenciano, al del aceite y el arroz- a lo largo y lo ancho de España, tomando los nombres del lugar, en este caso el de Banco de Valencia. Este hecho venía a certificar la incapacidad de los capitales valencianos por promover una banca propia, tras los sonados fracasos de dos grandes iniciativas de mediados del XIX, la Sociedad Valenciana de Crédito y Fomento y la Sociedad de Crédito Valenciano, tan bien estudiadas por la profesora Clementina Ródenas en su tesis doctoral.La ausencia de iniciativas autóctonas fue revalidada en 1907 con la creación de un nuevo banco local, el Comercial Español, con un capital cinco veces mayor que en el caso anterior, esta vez de la mano de franceses, belgas y alemanes vinculados al negocio del vino. El resto lo llenó la banca extranjera propiamente dicha o la emergente banca vasca, cántabra y madrileña. A excepción de la pequeña banca local -también fuera de la ciudad de Valencia- o de las cajas de ahorro, el panorama era, pues, a principios del siglo XX, de una creciente sucursalización del sistema bancario valenciano.

En 1927, un grupo de hombres de negocios valencianos, encabezados por Vicent Noguera, compra el Banco de Valencia. Esta valencianización del banco viene acompañada de un impulso de la actividad propia y de la influencia en otros negocios financieros, comerciales e industriales sin precedentes. Incluso en el marco de la crisis económica de los treinta, este banco acabará por tener unos beneficios por encima de la media de la banca española. El ideario político valencianista -excepcional en la derecha valenciana- de dos de sus máximos dirigentes, Ignasi Villalonga y Joaquim Reig, permitía vislumbrar que se estaba labrando, por fin, un futuro prometedor para la banca valenciana.

Con el franquismo, las perspectivas se tuercen. En lugar de escoger la vía vasca, que hace de Bilbao una poderosa plaza bancaria en el contexto español, el núcleo dirigente del Banco de Valencia prefiere hacerse con el control del Banco Central y trasladar su centro de operaciones a Madrid. Con todos los matices que se quieran, a partir de entonces el banco valenciano se convertirá en un apéndice de la estrategia empresarial de un grupo bancario liderado por el banco madrileño. El resto de la banca local valenciana será absorbida literalmente por la gran banca española. Sólo quedarán las cajas de ahorro como entidades autóctonas, pero en un marco jurídico muy restrictivo para volar por su cuenta.

El despegue económico de los últimos cuarenta años -y los cambios en el régimen jurídico del sistema financiero español- propició la creación de nuevos bancos valencianos, pero su debilidad y/o su deficiente gestión los ha condenado a desaparecer (a destacar, los casos del Banco de Alicante, el de la Exportación o el de Promoción de Negocios-Promobanc). El propio Banco de Valencia, con una tormentosa última etapa en el grupo del Banco Central, ha acabado en la órbita de Bancaixa por la compra de ésta del 29% de las acciones que pertenecían a aquel. El actual presidente del banco es Julio de Miguel, que también lo es de Bancaixa. Con un volumen de negocios de un billón de pesetas es actualmente el décimo banco español en capitalización bursátil y el único que mantiene la sede social en nuestra tierra.

Así, pues, el Banco de Valencia, junto a las dos grandes cajas -CAM y Bancaixa-, forma parte de la exigua nómina de entidades financieras de importancia con las que contamos los valencianos (sin desmerecer las demás y particularmente la amplia presencia de cooperativas de crédito). Sin duda, el principal reto de esta banca valenciana es desenvolverse con soltura en un mercado cada vez más competitivo y empeñado en una renovación de productos y técnicas crecientemente sofisticados. Pero, para hablar de banca valenciana hay que exigir un plus de enraizamiento en la sociedad y la economía valenciana. ¿Cómo?, ¿Solamente teniendo las sedes centrales en territorio valenciano?, ¿Estas sedes centrales, junto con la Bolsa de Valores, permitirán generar puestos de trabajo cualificados y un capital de conocimientos que nos permita ubicarnos entre las plazas financieras que cuenten en Europa?

Las cajas, ahora con más libertad de movimientos que en el pasado, tienen, al menos, la posibilidad de valencianizar sus beneficios, canalizándolos a través de su obra social y cultural. Pero, ¿y una empresa enteramente privada como el Banco de Valencia? Por de pronto, a sus cien años actúa sin ningún signo externo de valencianidad -excepto el nombre y la sede social-, como cuando lo creó el asturiano Tartiere. Como síntoma, los cartelones que festejan la efeméride centenaria en la fachada de su sede central hieren a los ojos de tan castellanos como son.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Por su parte, el ciclo de conferencias conmemorativo rezuma provincianismo por los cuatro costados: nombres famosos, para temas impartibles en cualquier sitio de España y en cualquier otro foro. Con una apertura a cargo de un Villalonga, el de la Telefónica, de orientaciones políticas muy alejadas de las de su antepasado valencianista, el joven Ignasi. Este de ahora exhibe incluso -contra lo que la literatura económica ha ido confirmando en los últimos diez años- un sorprendente papanatismo antigeográfico, que ignora las externalidades locacionales, de la nueva economía derivada de la mundialización y la revolución informática (suponemos que para dar sentido a Miami como sede mundial de sus empresas).

Un ciclo que, en aras de este tipo de papanatismos, no realiza ni una sola concesión, por ejemplo, a reflexionar sobre problemas económicos valencianos en el contexto de esa mundialización y revolución tecnológica.

Si estos detalles sintomáticos ocurren en ocasión tan histórica, la pregunta que se deriva es muy sencilla: ¿Quién piensa en valenciano en la dirección del banco?, ¿En qué se plasma la valencianidad del mismo? Por lo que se ve, aún queda mucho para que el Banco de Valencia se convierta, de verdad, en el Banc de València. ¿Serán poco cien años para tener las ideas claras al respecto?

Vicent Soler es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_