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Un amigo

Decía Borges que "la amistad no es menos misteriosa que el amor o que cualquiera de las otras faces de esta confusión que es la vida", porque igual nos sorprenden los momentos difíciles de esa vida confusa como quienes nos echan una mano y se colocan a nuestro lado frente a la adversidad, o nos responden a un favor o a un ruego, o nos ofrecen una sonrisa de complicidad, o se interesan por los avatares de nuestro vivir. Es un misterio cuándo, cómo y por qué decidimos compartir nuestras risas y diversiones, quién nos escucha o a quién escuchamos con interés o simpatía, a quién sentimos próximos en los sentimientos o afín en los criterios, a quienes necesitamos para sentirnos queridos o para poder querer. Para estar vivos.Hay tantas clases de amistades y enemistades como de relaciones entre las personas, y todas surgen de lo recóndito y todas funcionan según nos lo pida el laberinto inscrutable del transcurrir; van y vienen con las circunstancias, a través de generosidades, olvidos, rencores, torpezas, irritaciones, desencuentros y reconquistas. Quizá lo único claro como el agua es que se vive mejor la amistad que la enemistad. Incluso cuando ya inexistente, la diferencia es la de un buen o un mal recuerdo.

Entre tanta inestabilidad, lo extraordinario es saber que existe una persona amiga con quién siempre se puede contar, por lejos que esté y ocupado con sus actividades. Una persona cuyo consejo es válido para los problemas más dispares, que puede levantar el ánimo o aplacarlo, según convenga, que transmite vida en sus palabras templadas de vida concentrada y tan apretadas de saber como para afrontar la confusión del vivir cara a cara, desnudándolo de todo accidente sin compasión ni sentimentalismos. Hacen falta muchos conocimientos para llevarlo a cabo, pero es tan eficaz el sistema que una vez que uno se ve frente a sí mismo, frente a lo insoportable, sin distracción posible, se toman decisiones con la mayor naturalidad, y se acepta lo que ha de venir porque la realidad cobra sentido. Un amigo así era Jaime García Añoveros. Y lo hemos perdido.

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