"El diseño es comunicación" RAMÓN DE ESPAÑA
Pregunta. A pesar de tu rutilante seudónimo, ¿puedo seguir llamándote Juan Carlos?Respuesta. Por supuesto. Me sigo llamando Juan Carlos Pérez Sánchez. América Sánchez era el nombre de mi madre, ya fallecida. Adopté ese alias hace unos años. En parte como homenaje a mi madre, pero, sobre todo, para que no me confundieran con una pareja de artistas que firmaban Los Pérez Sánchez y cuya obra me resultaba, digamos, discutible. Vamos, que no me hacía ninguna gracia que me confundieran con ellos. A cambio de esa especificidad, recibo cartas encabezadas con la expresión Muy señora mía, pero qué se le va a hacer.
P. Del mismo modo que el inefable Ernesto Carratalá fue el primer hippy de esta ciudad, tú fuiste, más o menos, el primer argentino conocido. Llegaste a mediados de los años sesenta, con el franquismo aún activo. ¿No se te ocurrió un sitio más estimulante a la hora de emigrar?
R. Bueno, yo ya había sobrevivido al peronismo. Estás hablando con un participante de los Campeonatos Infantiles Evita, a los que me apuntó mi madre porque te daban un bañador, una toalla y la merienda. Como decía el régimen, Perón cumple, Evita dignifica. No sé, quizá habría emigrado a Estados Unidos si hubiera sabido inglés, pero esa es una asignatura pendiente que no voy a aprobar nunca. Lo he intentado un montón de veces y no hay manera, es como si le tuviera ojeriza a ese idioma. Yo creo que todo arranca de la manía que les tenía a los Beatles. Todo el mundo perdía la cabeza con los Beatles y yo seguía enganchado al free jazz, a Ornette Coleman y John Coltrane, a los que hoy día, por cierto, ya no tengo estómago para escuchar. Y luego estaban unos parientes catalanes que me hablaban maravillas de Barcelona. Así que me vine para acá, y no lo lamento. Además, acabo de cumplir sesenta piruchos y ya no estoy ni para cambiar de ciudad ni para aprender inglés.
P. Hasta el diseño te lo tomas con mucha calma, ¿no?
R. Trabajo sólo por las mañanas y puedo permitirme el lujo de aceptar unos trabajos y rechazar otros. Sólo tengo un ayudante y no pienso montar un gran estudio con 60 empleados.
P. ¿Qué haces por las tardes?
R. Me dedico a los proyectos personales. Me he tirado el último año fabricando un libro que se llama Signos urbanos y que es como un catálogo fotográfico de cosas que se encuentran repartidas por la ciudad sin que nadie las vea: anuncios, rótulos, fechas, señales, angelotes... Todos esos elementos que pasan inadvertidos y que sólo se ven cuando se tiene un ojo entrenado en la deformación profesional. La conclusión que he sacado es que hemos ido a peor, que antes un tendero, un farmacéutico o el dueño de un bar se esmeraban un poco más en la búsqueda de signos distintivos para sus negocios. El diseño, digamos, normal ha empeorado tanto que cada día flipo más con las muestras más cutres de información urbana, con los cartelitos de las fruterías escritos a mano, por ejemplo.
P. ¿Quién lo va a publicar?
R. De momento sólo sé quién no lo va a publicar: el Ayuntamiento. Ferran Mascarell me dijo que buscara financiación en otra parte.
P. Esa dedicación cada vez menor al diseño gráfico, ¿tiene algo que ver con ese escepticismo tuyo ante el medio del que hemos hablado tantas veces?
R. Supongo que sí. La fama de Barcelona como centro mundial del diseño no es del todo cierta. Diseñadores de verdad hay pocos. Abundan los ilustradores, los decoradores, la gente que hace cosas monas y tiene ocurrencias que se podría ahorrar, pero sigue faltando rigor, racionalización. Está muy bien trabajar con el estómago y con el corazón, pero también hay que utilizar la cabeza. Hay supuestos diseñadores que no saben nada de tipografía, y eso es grave. A fin de cuentas, ¿qué es el diseño? Pues el diseño es, ante todo, comunicación. Comunicación y sentido común. El sentido común debería ser una asignatura obligada en las escuelas. No es de recibo que alguien diseñe una revista de manera que quede muy moderna pero no haya manera de leer los artículos. Desde la popularización de los ordenadores se han colado muchos intrusos, gente que ahora copia a Neville Brody y luego a David Carson, pero que carece del rigor necesario y de la auténtica comprensión de qué es el diseño. El diseño no es un arte decorativo: es un sistema racional de comunicación. Eso es lo que llevo diciendo durante 30 años, sin que me hagan mucho caso.
P. ¿Desde que fundasteis Eina?
R. Más o menos. Eina fue una escisión de Elisava, de donde nos fuimos unos cuantos cuando despidieron a Román Gubern. Hace poco me ofrecieron ponerme al frente otra vez, pero rechacé amablemente la oferta: me habría visto obligado a despedir a casi todos mis amigos, lo cual afectaría seriamente a mi ya escasa vida social.
P. ¿Con quién te tratabas en los años sesenta? ¿Con los de la gauche divine?
R. Esa gente, no sé muy bien por qué, nunca fue santo de mi devoción. Me producían un rechazo inconsciente que me impidió tratarme mucho con ellos. Supongo que también me influyó la manera en que iban por el mundo algunos de ellos. Pero encontré a otra gente. Esta ciudad me aceptó enseguida y me trató muy bien.
P. ¿No sufriste ninguna muestra de racismo antisudaca?
R. Alguna hubo, pero nunca revistió especial gravedad.
P. ¿Vuelves con frecuencia a Argentina?
R. Viajo poco. A veces voy a ver a mi hija, que vive en Nueva York. O a Buenos Aires, a ver a mi hermano, el hombre de los mil negocios, creo que ahora regenta una pizzería. Iba con más frecuencia a Argentina cuando vivía mi madre. Ahora que lo pienso, mi hija es una víctima del diseño. Estudió en Eina y acabó tan harta de la frivolidad y la tontería de este negocio que ahora trabaja para la ONU.
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