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La nueva bestia negra de Pekín

Es la nueva bestia negra de Pekín. Los medios de comunicación del régimen comunista le tienen ya en la picota. ¿Basta esto para convertirle en digno heredero del presidente saliente, Lee Teng-hui, otro personaje odiado desde la otra orilla del estrecho de Formosa? Chen, de 49 años, con aire educado y un temperamento más bien frío, procede de una familia de campesinos pobres (su madre era analfabeta) del sur de la isla. Alumno brillante, acumula los triunfos en el colegio y la universidad y se hace abogado de empresa, muy reputado en asuntos marítimos. Su destino sufre un vuelco en 1979, cuando acepta -por primera vez en su carrera- defender a unos opositores al autoritario Kuomintang (KMT). Es su bautismo de fuego.Desde entonces, no duda en desafiar al poder. Se presenta a las elecciones locales que el régimen nacionalista empieza a tolerar en mínimas dosis. Pero paga un precio doloroso. En 1985, a la salida de una votación en Tainan (al sur de la isla), su mujer, Wu Su-jen, es víctima de un atentado: un camión conducido por provocadores del KMT se abalanza sobre ella y le pasa tres veces por encima. Queda paralítica de por vida. Siempre aparece junto a su marido en el estrado, comprimida en su silla de ruedas. Su presencia desencadena el fervor de los militantes del Partido Demócrata Progresista (DPP), que evocan, con un nudo en la garganta por la emoción, los negros años de la dictadura del KMT.

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Después de unirse al movimiento independentista a mediados de los años ochenta, Chen se presenta a los cargos más altos. En 1994 es elegido alcalde de Taipei, y allí desvela dos facetas de su personalidad: el pragmatismo (tiene una buena relación de trabajo con la administración del KMT) y una moralidad recelosa (toque de queda para los menores, ofensiva contra la prostitución). Pierde la alcaldía en 1998, una contrariedad que le permite preparar la siguiente etapa: la presidencial.

Preocupado por no aparecer como un defensor de la guerra, suaviza el programa de su partido cuando anuncia que no declarará la independencia si es elegido. De esa forma aúna la postura fundamental de la opinión pública taiwanesa, que quiere seguir disfrutando de la independencia de facto pero no correr el riesgo de proclamarla de jure.

Aun así, Chen sigue dando muestras de ambigüedad y se preocupa por halagar periódicamente, aunque en clave, la sensibilidad independentista de su electorado tradicional. Ésa es la razón de que Pekín no confíe en él. En caso de que fuera investido, el régimen continental debería someterle a un acoso implacable con el fin de llevarle al buen entendimiento.

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