Sonrisas

JOSÉ LUIS FERRIS
Hay metáforas tan contundentes como un derechazo en la mandíbula. Y una de las metáforas más interesantes por su plasticidad y por sus propiedades terapéuticas es, sin ninguna duda, la sonrisa de Almunia. Me refiero a ese sano ejercicio que consiste en estirar los labios, mostrar discretamente la dentadura y achinar los ojos para expresar un momentáneo y a veces estúpido estado de felicidad. Sin embargo, el gesto que esbozó el secretario general del PSOE en su comparecencia ante las cámaras tras conocer los resultados del 12-M fue un auténtico símil de sí mismo, el rictus de una decepción sin consuelo posible o una histriónica forma de afrontar la acidez de la derrota.
Alguien dijo una vez que aunque te estés muriendo a raudales, aunque la sangre te mane a borbotones, mirarás firme a tu enemigo y evitarás por encima de todo que disfrute de tu decrepitud: el esfuerzo último de una sonrisa será tu mejor arma y sembrará en él la duda y la perplejidad. Dicho de un modo más rotundo y aséptico: perder con deportividad siempre dignifica, por muy machacado que se tenga el amor propio. Quizá por eso, la sonrisa de Joaquín Almunia fue la mueca perfecta y hasta la metonimia incluso de un error que los brujos del socialismo no supieron vaticinar a tiempo. Y no lo hicieron porque andaban demasiado atareados en acicalar la casa, en firmar un pacto de izquierdas mal defendido y peor negociado, precipitadamente dispuesto como estrategia y penosamente vendido, como solución alternativa. Lo elemental, sin embargo no consiguieron verlo en el profético fondo de su bola de cristal: que las recetas políticas de los felices ochenta con plena hegemonía socialista tenían fecha de caducidad, que el electorado ya no era el mismo, que los tipos de interés y el precio de la hipoteca ha adquirido más consistencia que la nostalgia ideológica a la hora de depositar el voto, que las ideas han de moverse al ritmo del IPC, y ajustarse al paso del ciudadano para no correr el riesgo de que un día éste te abandone, se quede en casa el 12-M y se apiade de tu sonrisa cuando te vea aparecer por el televisor mientras archiva la última letra del piso y canturrea la Internacional sin la menor melancolía.
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