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Tribuna
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Quiosco

Gracias a una loable iniciativa del Ayuntamiento, los quioscos de Sevilla van a pasar a formar parte de la élite de las especies protegidas: como los linces y las ballenas, los quioscos serán preservados en su hábitat, salvaguardados de la codicia de los inmobiliarios furtivos, se mantendrán en la placidez de sus ecosistemas. Algo que aprobamos todos los que, como yo, sentimos un cariño especial por esos animales rancios, por esos galápagos de la edad en que los tranvías arañaban las calles. El Ayuntamiento se ha comprometido a restaurar y dotar de una fisonomía común a todos los quioscos de Sevilla, de un aspecto emparentado con su ascendencia jardinera, con su familiaridad con las pérgolas y los templos orientales. Y está bien que sean tratados con algo de consideración, porque merecen nuestro más profundo respeto.Siempre imaginé que el aleph de Borges era un quiosco. Adornado por las retóricas precisas, claro está, disfrazado por los oropeles de la literatura, pero quiosco en suma: lo contenía todo. Punto de cruce de los objetos más heterogéneos, museo al cabo de la calle, expositor de la civilización del fin de milenio, el quiosco es metáfora de la cultura de la aldea global, donde todo cabe. La cultura ha rebasado sus fronteras intensa y extensamente: contiene todas las cosas y puede llegar a todas partes, incluso a aquellos arrabales de los que tradicionalmente se la consideraba apartada. Hoy no es raro encontrar un volumen de Aristóteles en el quiosco de un barrio obrero; la cultura no se acumula en el centro, irradia también hacia la periferia. El quiosco ha obrado ese prodigio: el de convertir la cultura finisecular en económica y en ecuménica, accesible a cualquier persona por un coste igual de sugerente. Cualquiera puede hacerse con una biblioteca, una colección de música, mejorar sus aptitudes para la informática o el ajedrez visitando semanalmente a su proveedor. El quiosco es el verdadero artífice de la democracia cultural: cuando algo llega a sus mostradores ha descendido ya del limbo de las vanguardias al ámbito más pedestre del conocimiento coloquial.

Universidad del futuro, vulgarizada e igualitaria, el quiosco es la expresión natural de un antiguo anhelo socialista, el del acceso a la cultura de todas las clases. Pero no concluye ahí su importancia, su insustituibilidad. También ocupa un puesto en nuestro corazón, dentro del relicario de epifanías y recuerdos que contiene nuestra infancia y su escenario primordial, nuestro barrio. Un hermoso libro de Claudio Magris, Microcosmos, aporta una idea que me gusta repasar: todo hombre se compendia en el barrio en que se formó. Todo hombre es su colectivo de vecinos, el círculo estrecho en que nació, se crió, sufrió y se hizo individuo, entre cuyas calles y recovecos descubrió en miniatura la obscena complejidad del universo. En ese cosmos a escala urbana, el quiosco ocupa una plaza de extrema importancia: va suministrándonos el maná que nos hará madurar, que alimentará nuestra alma para ir facilitando el tránsito hacia la meta final del adulto, del ciudadano responsable, del DNI. Somos las chucherías en el intervalo del recreo, el tabaco, las revistas que se hojean secretamente en el baño, los libros en versión económica que exigían los profesores de la facultad. Somos, no nos quepa duda, de la altura de nuestros quioscos.

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