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La tempestad

Josep Ramoneda

La lluvia fina ha acabado en una tempestad que se ha llevado a la izquierda por delante. Una victoria de la envergadura de la que ha conseguido el PP no se fragua en quince días de campaña. Pero, siguiendo las tendencias de los sondeos durante la legislatura, da la impresión que ha sido el pacto de izquierdas lo que le ha permitido al PP el salto a la mayoría absoluta. Tuvo el efecto contrario de lo esperado: movilizó al electorado del PP y no sacó al electorado de izquierda de la indiferencia. El PP hizo el pleno de los suyos, y cuando ocurre esto, el llamado voto centrista cae por su propio peso. Aznar pensaba en ganar por lo justo a base de una campaña poco movilizadora y se ha encontrado que la izquierda ha conseguido que ningún elector de la derecha se quedara en casa.Aznar ha conseguido introducir por repetición la idea de que la política tiene que dejar paso a la simple gestión de las cosas. La consagración del ciudadano Nif -el contribuyente sin mayores preocupaciones ideológicas que vela por su bolsillo por encima de todas las cosas- como sujeto de una democracia políticamente descafeinada ha permitido a la derecha española un triunfo de gran envergadura política. La nula tradición democrática de la derecha española le costó una larga travesía del desierto. Aznar emprendió una renovación en el 89. Cuando llegó al poder en el 96 lo hizo rodeado de la aureola del miedo. Ahora recibe un beneplácito que debería acabar con las neurosis y paranoias que tiene a flor de piel. No sólo ha hecho el pleno del voto de la derecha, sino que ha conseguido que buena parte del electorado de la izquierda se quedara en casa sin temor a las consecuencias de su ausencia.

España ha cambiado mucho desde la época de la hegemonía socialista. Y probablemente son los matices de este cambio los que se le han escapado al PSOE. Una parte importante del electorado del PSOE -unos dos millones- le ha abandonado, pero no se ha ido con el otro. Se sabe quiénes son sus electores, pero da la impresión de que el PSOE no sabe muy bien cómo son. Si estas elecciones ponen fin a los complejos de la derecha, que ha demostrado que ni siquiera las mayorías absolutas le estaban vedadas en un país que ideológicamente se autodefine en las encuestas de centro-izquierda, para el PSOE y, en general, para todos los partidos que vienen del antifranquismo es el final evidente de un ciclo. Los buenos resultados del PNV -que capitaliza la abstención de EH- y de Convergència i Unió -que frena su caída- no les excluyen de la evidente esclerosis política de unas formaciones que, instaladas en unas culturas y unas ideas políticas que fueron hegemónicas, no han tenido la agilidad necesaria para moverse al rumbo en que se movía el país bajo sus pies. El PSOE, evidentemente, es el que tiene una mayor y más urgente tarea por delante. Fue el que más tuvo y creyó que su receta era infalible. Ahora le llega la factura de la derrota dulce. De la creencia de que el adversario nunca haría méritos para consolidarse. Y de que ellos seguían siendo los mejores. Han perdido cuatro años y ahora se enfrentan a una ineludible renovación profunda en peores condiciones que entonces.

A Joaquín Almunia le ha tocado el peor papel. Su paso por la secretaría general del PSOE ha sido breve, pero nada anodino. Introdujo las primarias, hizo el pacto con Izquierda Unida y ha tenido la gallardía democrática de asumir la derrota presentando su dimisión. El lío en que terminó la experiencia de las primarias no debería descalificarlas como instrumento. El PSOE necesitará todo tipo de cauces democráticos para renovarse en las ideas y hacer emerger nuevos líderes. La solución conservadora -la que, sin duda, tentará a los que quieren que Almunia se vaya para que nada cambie- sería echar las culpas al pacto de izquierdas. No es el concepto del pacto lo que ha fracasado. El pacto se presentó precipitadamente y sin tiempo para explicarlo, se negoció mal y se defendió vergonzantemente, que es lo peor que puede pasar cuando se hace una apuesta estratégica fuerte. Pero ello no significa que sea la hora de dar un bandazo e irse, por reacción a la derrota, hacia el otro lado. Cuatro años de mayoría absoluta de una derecha recia como la española es muy probable que reactiven la dinámica derecha-izquierda. La primera urgencia del PSOE es romper la costra burocrática e identificar de nuevo a su electorado. El PSOE se ha quedado atrás de su gente. Y su gente le ha dado un aviso quedándose en casa. El electorado de izquierdas ya no es el cómodo apoyo incondicional de los años ochenta. También esta factura le llega ahora al PSOE: cultivó la indiferencia y se la ha contestado con la indiferencia. De esta elección sale una conclusión clara: la ciudadanía de izquierdas busca quien le represente. Y el que aspire a hacerlo tiene que empezar por conocerla mejor. El cliché que de ella tiene se ha quedado rancio.

Ante una derecha que se sentirá reforzada en su desdén por la política y en su empeño en reducir la sociedad a una agrupación de ciudadanos Nif, la izquierda tiene que devolvernos el buen gusto por la política. Pero esto no puede hacerse con una serie de rostros que de tan vistos sólo inspiran fatiga. Y exige una renovación ideológica que dé especificidad a la izquierda. La peor reacción sería ponerse a esperar que el temporal amaine, que, algún día, más tarde que temprano sin duda, el PP caiga por sus propios excesos. Algunos a eso le llaman alternancia. A mí me parecería simple disolución de la política.

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