LA CRÓNICA Trucos y agujeros de una campaña a media asta
La campaña ha sido interesante, sobre todo para la gente interesada. Pero nada apasionante para la gente más alejada de la política. ¿Inducirá a ejercer hoy su derecho al voto a esos dos millones de jóvenes que lo estrenan o, al menos, a buena parte de ellos? Unos lo esperan, otros lo dudan. Ahí radica una clave del recuento, esta noche, pues una mayor participación favorecerá a la alternativa de izquierdas, y una alta abstención, al continuismo conservador, aseguran los expertos.Como en toda carrera electoral europea, se han registrado bastantes rejonazos, con su habitual carga demagógica, pero de ninguna manera el exasperado clima de crispación vivido en 1993 o en 1996. En esto hemos ganado. ¿Por qué esta semibalsa de aceite? El partido del Gobierno ha procurado no inquietar, buscando revestirse de un ropaje institucional responsable. Y el estilo de la oposición tampoco es el desenfreno. En el fondo, seguramente ha jugado el empate histórico en uno de los asuntos que más irrita al personal, la corrupción. Ni los socialistas podían agitar demasiado las irregularidades de Agricultura (caso del lino) o Trabajo (asunto Aycart y cía.) entre otras decenas ocurridas estos cuatro años, porque todavía se recuerdan las tropelías cometidas por algunos de sus muchachos. Ni los populares podían exprimir más los casos del pasado, que ya les encaramaron al poder, so pena de atraer los focos a sus propios pecados.
Sólo en un asunto algunos han perdido los papeles con tonos rayanos en la inmoralidad. Acusar a los socialistas, como se ha hecho, de indefinición acerca de si milita con quienes ponen bombas terroristas o con quienes las sufren como víctimas, se reveló un sarcasmo indigerible a los pocos días de que ETA asesinara a su dirigente Fernando Buesa y a su escolta, poniendo a media asta el alma democrática.
Algunos compatriotas gozarán hoy de mucha menos libertad que la mayoría: los vascos. La amenaza terrorista y la llamada a abstenerse que ha lanzado su brazo político pretende coartar a muchos. El drama se traduce en el aumento del voto por correo, al que ha recurrido incluso un número indeterminado de radicales, para no ser vistos hoy en los colegios electorales. Diabólica espiral provocada por los xenófobos: acaban teniendo miedo de sí mismos. Por eso, la abtención, una opción legítima en condiciones normales aunque nunca arregle los desperfectos del sistema que denuncia, resulta hoy un lujo difícilmente justificable, sobre todo en Euskadi.
Pese a este baldón, la quincena ha resultado novedosa. Los partidos han concretado, como nunca hasta ahora desde el alumbramiento democrático, sus propias ofertas. En sus programas, a través de actos sectoriales, en sus compromisos para los cien primeros días de eventual Gobierno, en sus "pactos de Estado" o en sus condiciones para facilitar la investidura. Han planteado objetivos y números de los que la ciudadanía podrá pedirles cuenta. Han firmado contratos -aunque alguno incluya letra pequeña- que deberán honrar, ya desde La Moncloa quien gobierne, ya -todos- desde el Parlamento.
Y, sin embargo, no parecen haber levantado los ánimos más allá de los feligreses. Por falta de genio e ingenio en la izquierda, por el estilo autómata de la derecha.
No siempre las razones del corazón las entiende el cerebro. Y aquí ha faltado pasión, algo diferente a echarse al monte.
Pero esta explicación no basta.
La campaña ha involucrado mínimamente a la ciudadanía por culpa de ciertos trucos que han multiplicado el déficit democrático.
El Gobierno ha hurtado un despliegue institucional informativo, contra lo que sucedió en todas las anteriores convocatorias, realizada desde Adolfo Suárez hasta Felipe González, pasando por Leopoldo Calvo-Sotelo, denunciaba uno de ellos, certero, anteanoche. Ni cuñas radiofónicas, ni carteles, ni reclamos oficiales de ningún género. Para un segmento de votantes, estas elecciones son clandestinas, algo que viola el derecho a la información consagrado en el artículo 20 de la Constitución.
Ha faltado también el gran factor de clarificación habitual en las democracias avanzadas: el debate televisado cara a cara. Ya no es hora de lamentar el desprecio al ciudadano que eso implica por parte del poder -coherente con su negativa a presentarse ante lectores y oyentes de medios que no le adulan-, sino de reclamar a todos medidas (¿una resolución unánime en el debate de investidura, gane quien gane?) para que este bochorno no se repita.
Y ha sobrado una vez más la utilización partidista de una liberalización -las concesiones de radios digitales y otras licencias- como amenazante espada de Damocles y apetecible zanahoria discrecional sobre distintos grupos de comunicación. La irrupción de un entramado mediático público/ privado/ privatizado, organizado extraempresarialmente, ha sido otra lacra de la campaña, que amenaza con el cuasi unanimismo.
Otro truco ha sido la ocultación o aplazamiento de cifras oficiales -como las del creciente déficit comercial o la recaudación real del IRPF- que matizan la bonanza de la coyuntura económica nacional en este ciclo europeo alcista.
A ello se le añade el olvido o aparcamiento de una verdadera discusión en asuntos esenciales, desde el empleo y la construcción europea -con la ampliación al Este- a la educación, la mili y la política de becas o la de inmigración. Así como el tratamiento a otras minorías: la situación de los homosexuales, por ejemplo, a diferencia de los comicios europeos, quedó encerrada en su armario. Y la falta de debate, combinada con el oligopolio mediático gubernamental, impidió que muchos se aclarasen sobre los incumplimientos del poder y de la oposición.
La campaña ha sido interesante. Pero no es tan seguro que haya hecho a los españoles más libres, más iguales y más fraternos.
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