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Fieras

Era una noche gélida metida en nieblas como puré de guisantes. Recorríamos en coche las oscuras y vacías calles de Segovia, camino de Madrid, cuando de pronto aparecieron ante nosotros unas grandes figuras en movimiento que cruzaban la calzada. Se veían enormes y al principio no acertábamos a distinguir qué podía ser aquello. Sólo cuando estábamos a pocos metros logramos advertir qué era en realidad lo que a todas luces parecía una alucinación. Varios elefantes atravesaban la vía pública agarrados disciplinadamente unos a otros de la trompa a la cola formando una cadena. ¡Elefantes a la una de la madrugada, con cuatro grados bajo cero y en Segovia!No era una visión fantasmagórica fruto de nuestro desvarío, sino la salida nocturna para abrevar en un estanque próximo de los paquidermos empleados por un circo que había levantado su carpa en esa ciudad castellana. Cuando asimilé semejante aparición me puse a darle vueltas a las vicisitudes de esos grandes y orgullosos animales hasta llegar a esa situación.

Eran elefantes africanos que un día capturaron en las grandes sabanas por las que campaban confiados, sin apenas enemigos naturales que les hicieran frente. Bestias a las que sometieron látigo en mano para convertirlas en atracción circense y recorrer el mundo en un carromato. Pensé en lo que podía pasar por la cabeza de esas majestuosas bestias a las que se atribuye buena memoria y destellos de inteligencia.

Reconozco que no soy un apasionado del circo, al menos de ese tipo de circo, pero años después y por una circunstancia puntual asistí a una representación del que había instalado su carpa en la plaza de Castilla. En el programa había números con perros, osos, leones, tigres y también elefantes. La domadora que exhibía los paquidermos era una mujer gruesa que se dirigía despreciativamente a ellos, tanto que resultaba incluso irritante para el espectador. El momento cenital de su número era cuando la señora, tumbada en el suelo, lograba que una gran elefanta pusiera una de sus patas delanteras sobre su pecho sin apenas rozarla. No entendí entonces cómo aquel animal que un día fue salvaje podía proceder tan primorosamente con quien le infligía un trato tan vejatorio.

Semanas después leí en un periódico que la domadora había sucumbido bajo la pata que el paquidermo inesperadamente había decidido apoyar cargando todo su peso. Trato de imaginar cómo son los ejercicios de entrenamiento de las fieras que emplean en los circos y cómo transcurre su vida de la jaula a la pista y de la pista a la jaula. Un día me contaron el tipo de ejercicios a los que una troupe sometía a los osos para enseñarles a bailar ante el público.

La técnica consistía en calentar una plancha de metal y obligar a las crías a pisarla con el objeto de que movieran constantemente sus patas. Los oseznos, contaban, se orinaban de miedo nada más ver aquella placa.

Aquí en España hay un domador de campanillas llamado Ángel Cristo que ha paseado su látigo por toda la geografía mundial. Al señor Cristo le acusan de abandonar las fieras que emplea cuando ya no le son útiles con la misma naturalidad con que lo hacen esos dueños de perros que los dejan tirados en la carretera porque han crecido demasiado o no pueden llevárselos de vacaciones. Así lo hizo hace dos años en Badajoz con dos leones y un tigre, y lo ha vuelto a hacer ahora en Torrelodones, según denuncian, con otro tigre y cinco leones.

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En cuatro jaulas desvencijadas con los barrotes oxidados y las tablas cayéndose a pedazos dejó a unos animales famélicos, algunos de ellos desdentados, despojados de su pelaje y con las garras cortadas. Cuentan que sin comida ni agua los encontró la Guardia Civil, que tuvo que trasladarlos al Safari Park de Aldea del Fresno, donde se hicieron cargo de ellos mientras decidían su suerte.

La Consejería de Medio Ambiente abrió un expediente sancionador por el que pueden multar con 10 millones a Ángel Cristo. Confío en que la Ley de Protección Animal no se pare en este episodio, que dista tanto de presentar lo que se muestra bajo las carpas como "el mayor espectáculo del mundo". Ya les dije que no me gustaba el circo, no ese tipo de circo.

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