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Tribuna:Elecciones 2000
Tribuna
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LA CRÓNICA En qué manos vamos a caer

Xavier Vidal-Folch

Si huele a jazmín que transporta y a flor de azahar que enamora, esto es Sevilla. ¿En qué manos vamos a caer? ¿Qué nos dicen los gestos? Porque los adjetivos traicionan o enmascaran, pero nunca una mirada.El Palenque, en la Cartuja, noche del jueves. Una multitud trajeada como para misa de doce, en laico, se apretuja para la sesión de circo ambulante: el discurso del líder se reitera en su 99% por todas las provincias.

Suena el himno del partido, trepidante y pletórico, como dicen que dicen las encuestas reservadas. Y se suceden los teloneros. ¿Por qué muchos calcan los tics oratorios y corpóreos del jefe? Ese virus del que sólo escapa Amalia Gómez, la inteligencia de Manuel Pimentel, un descubrimiento social con maneras de Cesárea Evora, cuánto contraste con el resto.

Antonio Sanz, el secretario regional engominado, el príncipe de la aliteración: "Y es conveniente decirlo /y es conveniente aclararlo / y es conveniente que lo sepa Andalucía". ¿El qué? No interesa, importa la reiteración. "Que se sepa", declinado cinco veces. Es la eficaz propaganda leninista, la misma idea recitada por activa y por pasiva. A igual recurso, aunque más deshilachado, acude Teo (Teófila Martínez, la candidata autonómica), pero en clave paleo-falangista: propugna "la revolución" (pendiente) contra una "oligarquía" y el "poder de los bancos". Ay, ay, ay, a ver si nos organizas un Casas Viejas y acabamos todos expropiados.

El cabeza de lista, Javier Arenas, brinda el toro al jefe, se autoendosa los avances andaluces y atribuye a Manuel Chaves las miserias pendientes. Repite menos, pero apunta con el dedo. Como Aznar, enseguida, protagonizando un "mitin virtual" interrumpido a cada frase, sin gracejo, pero con milimétrica eficacia de aluminio. Ya canónigo adusto, ya jesuita preconciliar, advierte con el índice amenazante. Admonitorio: "No pongamos en riesgo / No pongamos en riesgo...", sus logros, claro. Pugna por girar la cintura, pero se desplaza entero. "Humildemente, severamente", ente ente, señala con el dedo fiscalizador, vocativo, acusador, del inspector de Hacienda que aún anida entre sus gemelos desbocándose, discretos, de clase media satisfecha, metálica. Estas manos finas, frías, sin curva, subrayan los epítetos. Son guillotinas cortando el aire, pero qué afiladas y brillantes las cuchillas.

Manos tan distintas a las regordetas, tímidas, de Joaquín Almunia en Cáceres, apoyando el antebrazo en el atril, como un profesor de Antropología de corbata disparatada. Manos con hueco, explicativas, apenas salidas de los plácidos bolsillos campechanos, que se alzan a veces clamando, airadas, contra "los amigos" del rival y todos los males de España a él imputados. Manos que al acabar los mítines suben, como desenroscando nubes. Manos que se elevan como las de un papa laico en Castelgandolfo, acompañando largas frases que apelan a razones mucho más que a corazones. No sublevan, no levantan la sangre aunque la voz sin hiato apele, convencida, a "la pasión por la igualdad". Pero tampoco tapan esos ojos oscuros, pequeños pero brillantes, esa "mirada limpia" que ha recitado Felipe González.

González, San Fernando, bahía de Cádiz, anoche. La telonera María Jesús Castro acaba su píldora con un "os quiero mucho". Fe-li-pe, Fe-li-pe, brama el personal, mucho joven. Y el sevillano salta bailongo al estrado, cimbreándose. Recuerda a los chavales que aquí se inició hace 200 años la revolución liberal en España. Levanta el dedo hurgando en las promesas incumplidas de Aznar; separa el pulgar de la palma, enseña a la audiencia las manos a media asta, mostrándoles a ellos mismos: "Andaluces, no contáis para este Gobierno, tampoco los que no están aquí y le han votado". Ahora un palmetazo como un coscorrón al "amiguismo" aznarista; ahora un cruzar los brazos, en signo de "nada-de-nada"; ahora una pulla contra Arenas, porque Rajoy le declaró "inútil para todo servicio"; ahora como que agarra el viento, y se agarra la cadera y se sube las gafas: "Yo no le digo váyase; os digo, saquémoslo con los votos". El clímax. Lo aguanta luego Manuel Chaves, el mismo estilo y un gesto nuevo: "Los problemas los hemos tenido que afrontar nosotros solos", que se queja por discriminado, golpeándose con los pulgares en el pecho. Aquí huele a mar y las gentes hablan también con el cuerpo.

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