Los últimos cartuchos
A pesar de que se acerca el día de las elecciones, la televisión no consigue transmitir excitación alguna por los comicios. Esto es lo que hay: mediocridad, repetición y las mismas caras de siempre. Sólo Francisco Frutos ejerce de actor secundario al alza y, al ser la primera vez que goza de tanta atención mediática, aprovecha su oportunidad con sorprendente naturalidad y sentido común. Estuvo en esa entrevista que Antonio San José modera para Canal+ y CNN+ (ésa a la que no quiere ir Aznar, exacto), a las 20.00, y toreó con capote rojillo las embestidas de Pepe Oneto, Nativel Preciado y Carlos Mendo.Frutos tiene a su favor que todavía no ha sido abducido por los asesores de imagen (todo se andará). Hay verdades que las dice como nadie. Cuando afirma que le parece inmoral que alguien pueda ganar miles de millones sin mover un dedo, por ejemplo. O cuando pronuncia la palabra oligopolio que, en sus labios, suena a oligopollo, el ave asesina del corral económico de la modernidad.
El Día Internacional de la Mujer Trabajadora le tocó el turno a Almunia y, a una pregunta de Nativel Preciado, respondió que las mujeres quieren ser iguales a los hombres en todo. Durante segundos, pensé en la mujer de mi vida y tuve la esperanza de que no fuera así y me pregunté por qué, siendo todos tan progresistas de boquilla, el único partido que presenta una candidata a un cargo de primera división es el PP (Teófila Martínez). Por cierto: ¿existe el Día Internacional de la Mujer no Trabajadora?
Con Ernesto Sáenz de Buruaga, en cambio (miércoles noche, Antena 3), Paco Frutos parecía más cansado, pero se mantuvo en su sitio y se fue quitando de encima las preguntas de su entrevistador (que lucía una preocupante tez hepatítica y actuó como si Frutos le sirviera de calentamiento para el Almunia de ayer y el Aznar de hoy).
La verdad es que, en general, los entrevistadores parecen aburrirse casi tanto como sus entrevistados. En este sentido, la decisión de Aznar de no acudir a según qué medios nos ahorra otra sesión de intercambio de aburrimientos (una hora menos de Aznar equivale, seguro, a diez minutos más de vida).
El peligro es que esta sensación de falta de recursos de nuestros políticos, que se limitan a sacarse de la manga mediocres caramelos porcentuales y esa extraordinaria frase (que debería estar contemplada en el Código Penal) según la cual resolverán éste o aquel problema a través de toda una serie de iniciativas, tenga consecuencias negativas. El escaso impacto de estos últimos cartuchos de campaña es tan descarado (ni siquiera la eléctrica corbata que lució Piqué en Tele 5, ayer por la mañana, pudo salvarnos del tedio) que, a veces, he llegado a preguntarme qué ocurriría si no existiera la campaña electoral. ¿Disminuiría la abstención? Probablemente.
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