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El cansancio de sí

El director de empresa, la secretaria, el ama de casa, el dentista, la artista, el adolescente pueden tener en común una misma enfermedad: la depresión. Desde mediados de los años sesenta del siglo XX, junto a otros cambios ha ido creciendo esta plaga que ha pasado a ocupar en la psiquiatría el lugar que correpondió a la neurastenia. Cada vez hay más personas deprimidas y la proporción crece con intensidad en las mujeres o en los niños. Estar deprimido ha dejado de ser algo que le sucede a alguien distante y sólo una vez porque la depresión ha tomado una presencia tan habitual y repartida que siempre hay cerca uno o varios afectados y uno o varios que acaban de salir. El deprimido soporta una pobre idea de sí, junto a otra negativa sobre la marcha o el porvenir de las cosas, pero no siempre, ni mucho menos, esa visión se corresponde con lo real. Se cae en la depresión por algunas desventuras valorables por todos, pero también por desacuerdos sobre la propia estima que sólo uno mismo advierte. Que esta dolorosa vivencia se haya incrementado en las últimas décadas se relaciona con la pérdida individual de referencias que fijen lo tolerable y lo vetado, lo permitido y lo prohibido, el trazo nítido del deber. El crepúsculo del deber fue el título que aplicó Lipovetsky a ese tiempo de los sesenta en que fue un clamor la demanda de libertades y derechos en la familia, en la escuela, en el sexo, y se disipó la obligación.

En un sociedad muy individualista y desarticulada como la actual el individuo pierde claridad sobre el nivel de sus conquistas. Cada cual, sin nítida sanción superior, en busca del éxito, trata de progresar, perfeccionarse, ganar más, sin conocer nunca cuándo ha alcanzado lo debido. Así, el esfuerzo por atender una nueva expectativa continúa sin fin y sin saber cuándo merece el reposo. El resultado es la insatisfacción, una ansiedad sucesiva y, finalmente, una fatiga que desemboca en la depresión y la dejación. Justamente el deprimido pierde capacidad de actuar y tiende a la inmovilidad tal como si la biología corroborara a un ser exhausto, cansado de la tarea de ser yo.

La otra cara de la depresión es la drogadicción, que ha crecido en paralelo desde la misma época de los años sesenta. El drogadicto viene a ocupar hoy, en suma, el antiguo lugar del loco. Como el loco de otro tiempo, al drogadicto se le tiene ahora por la representación del ser marginal y víctima. Como al loco, se le trata con la consideración de un enfermo pero también como el triste efecto de algún mal colectivo. Como al loco, se le procura comprender, compadecer, curar, recuperar. El drogadicto es el reverso de la depresión porque puede ser su réplica simétrica. Con una y otra desviación, en fin, se fijan simbólicamente los extremos de la patología contemporánea. De una parte, la hiperactividad de los estimulantes, el trabajo de los workoholics, la inmersión en una realidad donde se sume la conciencia arrasada por la aceleración. De otra, la apatía, la pasividad, la viscosidad segregada por el universo de la depresión donde el paciente se siente abrumado por el cansancio de sí.

Curiosamente, todas estas enfermedades, la adicción, la ansiedad, la depresión, las fatigas crónicas, se tratan hoy con una batería de preparados que ha enriquecido la precisión de sus ofertas. Existe en la actualidad tal variedad de psicofármacos para atender unos u otros desarreglos psíquicos que incluso los tratamientos con terapias conversacionales de corto plazo empiezan a considerarse caducas. La psicofarmacología ha llegado a ser tan directa y activa que sería ya imposible distinguir sus productos de cualquier otro estupefaciente prohibido, si no fuera porque unos llevan a la cárcel. Antes, en los sesenta, el mundo de la psiquiatría cuestionaba la sociedad de donde surgían las patologías de la mente y denunciaba la infamia de las píldoras. Hoy, con la depresión poblando el mundo y la organización social indiscutida, los individuos son compelidos a tratar sus averías en solitario, en la calle o en la farmacia, drogándose con una u otra composición.

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