Nuestros empresarios ORIOL BOHIGAS
Mi estimado amigo Leopoldo Rodés publicaba hace unas semanas un artículo en estas páginas en el que incluía la siguiente frase: "Bohigas parece tener una fijación tan curiosa como desgraciada en la burguesía de nuestra ciudad y de nuestro país y periódicamente considera necesario lanzar sus invectivas contra ella, vengan o no al caso". A menudo he criticado a nuestra burguesía, pero no por una especial animadversión, sino porque su actitud me parece uno de los factores -y no el menos importante- de la crisis general de Cataluña, una crisis a la vez económica y de identidad cultural y política. No creo que haya dedicado muchas más páginas punitivas a los empresarios que a los políticos, los artistas o los profesionales de la arquitectura y la ingeniería, en el complejo entramado de nuestra sociedad. La frase de Rodés me da ocasión para precisar mi opinión sobre la parte de crisis que corresponde a la burguesía. Me limito a insinuar cuatro puntos.Primer punto. Los empresarios posfranquistas -y los grandes capitales- no han logrado crear o fortalecer los instrumentos económicos básicos de Cataluña y las agrupaciones empresariales -cámaras, centros de estudio, organizaciones de fomento, etcétera- se han mostrado precarias y somnolientas. Ejemplos: el reiterado fracaso de la política bancaria, la lenta agonía de la Feria que en diez años ha sido superada por la de Madrid, el "vuelo gallináceo" -como decía Pla- de nuestra Bolsa y la ausencia de propuestas y exigencias en temas tan trascendentales como el puerto, el aeropuerto, la alta velocidad y la ordenación del territorio productivo. Cuando la Feria fallezca definitivamente y cuando nos enteremos de que el AVE no pasa por los puntos neurálgicos de Barcelona, tendremos que exigir muchas responsabilidades y habrá que censurar la desgana y la menguada fuerza política y social de los empresarios que no se responsabilizaron a tiempo.
Segundo punto. La escasez de grandes empresas con sede en Cataluña puede achacarse a muchos factores y, entre ellos, a la falta de empuje de nuestros empresarios o quizá a la ausencia de instrumentos financieros y técnicos que ellos mismos han sido incapaces de crear. En estos últimos años ha aparecido un fenómeno más grave: las pocas empresas que quedaban -incluso las más catalanas- han empezado a emigrar masivamente a Madrid, siguiendo el mismo camino de muchos capitales de generación autóctona -incluso los que provienen del ahorro popular- y de mucho personal de alta cualificación. Cataluña ha iniciado así un lento proceso de desertización industrial que obliga a una reconsideración de nuestros sistemas productivos y quizá a aceptar una ineludible terciarización que va a cambiar las características del país. Como dice Maragall nuestros hijos irán todos a trabajar a Madrid. A muchos empresarios no parece preocuparles este peligro porque no se sienten comprometidos en un proyecto de consolidación nacional, el proyecto que el presidente Pujol se esfuerza en proclamar y que, por lo visto, no cala entre los empresarios que se mantienen alejados del catalanismo popular. No participan en una real "sociedad civil", sino en una sociedad -apátrida pero potente- que antepone sus pequeños intereses a una necesaria política catalana de gran alcance. No hay que pedirles que desconsideren sus beneficios, sino que los confirmen y los amplien con una integración cualificada a lo que debería ser una sociedad civil participativa y programadora.
Tercer punto. Esa participación es todavía más exigible en los problemas sociales que directa o indirectamente son consecuencia de los propios sistemas empresariales. Por ejemplo, las implantaciones y los servicios territoriales, los deterioros ambientales, la vivienda obrera, la reordenación energética, etcétera. Últimamente está apareciendo un grave problema que se relaciona con las nuevas tipologías de la mano de obra: las crecientes olas inmigratorias. Los inmigrantes son -o van a ser- el sustento funcional de muchas empresas y a ellas corresponde presionar para que la inmigración no sea una catástrofe social irrecuperable. Para alcanzar la integración, los inmigrantes necesitan legalidad inmediata, sueldos y seguridad normalizados, viviendas y escuelas. Hasta ahora no he visto que ninguna congregación de empresarios catalanes haya abordado estos temas, ya no ofreciendo parte de sus beneficios, sino ni siquiera exigiendo soluciones políticas urgentes. Más bien he visto dudas e incluso cortapisas. Durante la dictadura -con aquella arbitrariedad paternalista que la caracterizaba- se obligaba a las empresas a construir un mínimo de viviendas económicas para sus obreros. Ahora parece que hay que confiarlo a la falsa libertad del mercado.
Cuarto punto. Al margen de la propia actividad económica, la burguesía tiene en todas partes una función de modelo cultural. ¿La catalana está hoy a la altura de la de muchos países europeos y americanos? No se trata sólo del tema complejo del mecenazgo y de las subvenciones puntuales. Se trata sobre todo de la propia actitud personal y profesional. ¿Qué cultura acreditan tantos promotores inmobiliarios que logran pingües beneficios construyendo las casas más feas de Europa y menos adecuadas tipológicamente a las nuevas necesidades sociales? ¿Cuántas colecciones privadas de arte, cuantas bibliotecas se pueden comparar con las de los burgueses de Milán, de París, de Amsterdam e incluso de Madrid, unas colecciones que acabarán integrándose en el acervo cultural de toda la colectividad? Cataluña después de la guerra civil ha dado un paso atrás que no se puede justificar más que en una incultura ambiente a partir del modelo inculto de la burguesía.
Ya sé que se deberían añadir otros puntos críticos -por ejemplo, la discriminación educativa- y sé también que muchos de ellos se podrían descalificar con ejemplos excepcionales: una docena de colecciones apreciables, algunos empresarios que todavía se plantean su catalanidad, propuestas gremiales que han caído en el vacío, esfuerzos que han sucumbido ante las barreras políticas. Pero estos casos encomiables no desmienten una crisis general. A esa crisis general -y no sólo de la burguesía- es a la que me suelo referir. Y se lo comunico al amigo Leopoldo Rodés con el ruego de que matice sus opiniones.
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