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Tribuna
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Compromisos

Estos días, además de manifestarnos en silencio contra el fascismo de ETA y observar que el comportamiento de algunos gobernantes copia el de aquellos otros que, no hace mucho tiempo, miraban hacia otro lado cuando los judíos caminaban por los campos de exterminio, hemos conocido que la mafia aterroriza el deporte ruso. Las cifras son espeluznantes, de cada 30.000 asesinatos que se registran en Rusia, 1.000 son de encargo. Se puede comprar todo. Son contratos que no se escriben, pero se cumplen.A veces, cuando se produce un asesinato, nos preguntamos qué tragaderas hay que tener para, a cambio de unos rublos, dejar sin vida a una persona. A veces, los que nos manifestamos en silencio, también nos preguntamos qué tragaderas hay que tener cuando se es consciente de que, el contrato, no conduce a nada y, a pesar de todo, se sigue matando. A veces nos preguntamos cómo es posible que, después de 800 muertos, ETA no sepa que es menos ETA que nunca y que cada asesinato la empequeñece y la hará desaparecer, consumida en su estrategia de muerte, sin dejar más recuerdo que el dolor de sus víctimas.

Son negocios que se desarrollan en la oscuridad y de ahí ni pueden salir. Los redactan cuatro títeres cuyo único beneficio es dejar testimonio de matar para sentir, si es que sienten algo, que no son impotentes. Es un mal negocio para una sociedad libre y democrática que ha expulsado y ha castigado a la pena de muerte a vagar fuera de su espacio territorial. Nuestra sociedad no mata ni permite que, en su nombre, se condene y se mate.

Sin embargo, en el mismo silencio y a voz en grito, preguntamos cómo es posible que, conociendo el paño (el de matar), pueda, a pretexto de derechos (¡como si fuera superior al derecho que tiene a vivir un inocente!), a tejer esta clase de ropa con estos negociadores, cuando se está contratado por la sociedad de la que ha recibido el mandato de respetar la vida y, a partir de ella y con ella, ayudar a que sea más justa.

No creo que se tenga una respuesta sensata, por lo que, algún día, cuando todos estemos muertos o sean más de 1.000, estos negociadores, que seguirán vivos, sientan la vergüenza de haber todo el compromiso con la sociedad que les eligió.

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