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Esquelas serbias, esquelas kosovares

Yolanda Monge

Ambos lados sufren y lloran a sus muertos. Pero las esquelas en blanco y negro pegadas en las ruinosas paredes rezan en idiomas diferentes. De un lado, un alminar. De otro, un templo ortodoxo. A ambos lados existen cafeterías y restaurantes, pero nadie osaría pedir un café turco en la zona norte de la ciudad de Mitrovica. Como nadie trata de comer cerdo al sur, en territorio albanés. Los bloques de casas no marcan diferencias. Austeros y tristes, fiel reflejo de la construcción que imperó al otro lado del telón de acero. Sin embargo, en las ventanas de esas casas lucen banderas diferentes. Al sur de Mitrovica ondea el águila negra albanokosovar sobre fondo rojo de un país inexistente: Kosovo. Al norte, la bandera azul, blanca y roja yugoslava lanza un mensaje: Kosovo sigue siendo Serbia. La calma parecía hacer ayer a todos los habitantes de Mitrovica iguales tras los choques del pasado lunes entre las fuerzas multinacionales de la Kfor y los manifestantes albaneses. Hombres, mujeres, niños. Todos iguales. Sólo se reconoce a los ancianos albaneses por sus perennes gorros blancos calados en la cabeza. Pero la sensación era del todo errónea. Reinaba la calma, sí, pero también el pesimismo. Impera la idea de la imposibilidad de la coexistencia pacífica. La sensación poderosa de que ambas comunidades son irreconciliables, de no poder compartir el mismo suelo.

En el lado serbio, al norte del puente que divide la ciudad de Mitrovica (norte de Kosovo), y que comienza a ser la vergüenza de la comunidad internacional, un grupo de hombres trataba ayer de calentar los ánimos con canciones nacionalistas serbias. "Quieren matarnos y expulsarnos de nuestro hogar", decía uno de ellos. Mientras, provocaba poniendo la música todavía más alta.

Pero el miedo puede ser más poderoso que la voluntad de resistir. A pocos metros, unos nerviosos maridos preparaban a sus mujeres e hijos para partir. "Queremos a nuestras familias a salvo. Tienen que irse o puede que mañana sea demasiado tarde", declaraba uno de los padres antes de arrancar el coche. A su lado, algunos se reconcomían pensando que no volverán. Otro grupo más para la ya larga lista de los 250.000 no albanokosovares que han salido de Kosovo desde junio.

A veces es muy corta la distancia que marca la diferencia entre ambas comunidades. En este caso, ni siquiera son 20 largos metros de puente. En pleno corazón serbio del norte de Mitrovica, dos soldados franceses custodian día y noche un edificio de 40 apartamentos. En uno de ellos, no dicen cuál, vive una familia albanokosovar. Atrapada dentro de un enclave. "Hace días que no salen a la calle", declara con apatía uno de los militares. Para esas familias, el general francés Pierre de Saqui de Sannes propone la creación de un nuevo puente que sortee la ignominia del otro. Un puente para peatones que una a las familias de ambos lados y que debería construirse en tres semanas. Al administrador de la ONU para Kosovo, Bernard Kouchner, también francés, la idea le parece "excelente". Pero Kouchner es más ambicioso. Quiere hacer un "llamamiento especial" para el mundo político y financiero que ayude a solventar los problemas de la provincia, en general, y de Mitrovica, en particular. Aunque no avanzó detalles de cómo conseguirlo.

También propone el francés una campaña contra "la intolerancia". Kouchner anunció ayer que pronto presentará un plan para unificar la ciudad, dividida entre los 10.000 serbios que se agrupan al norte y los 80.000 albanokosovares al sur. Las unidades de la KFOR controlan los dos puentes sobre el río Ibar, línea divisoria de la ciudad.

Palabras sordas ayer al otro lado del puente, en zona albanokosovar. Un joven quizá nostálgico de los enfrentamientos del lunes miraba fijamente al lado serbio. Se había colocado justo hasta donde los soldados británicos le permitieron llegar.

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De una mano a otra se pasaba una hermosa piedra, lo suficientemente grande como para abrirle la cabeza a alguien con un golpe certero. A su lado, un soldado británico, imberbe y sin levantar más de 1,60 metros del suelo, comenzaba a ponerse nervioso. A las cuatro de la tarde, todavía le quedaban ayer a ese soldado otras cuatro horas de sudar frío. Desde ayer, el toque de queda se ha restringido de seis a las ocho de la tarde.

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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