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Espejo, espejito mágico...

ADELA GARZÓN

Los ciudadanos, junto a la ideología, utilizan otro tipo de información con más frecuencia de la que creemos. Los rostros políticos también provocan ciertos sentimientos, despiertan intuiciones e inducen unas características y no otras.

Hay políticos que se caracterizan por buscar el éxito, les obsesiona el reconocimiento social y están pendientes y atentos a lo que el ciudadano piensa de él. Los rostros de estos políticos acostumbran a tener cierto aire juvenil, al estilo de Esteban González Pons, todavía sin las arrugas del esfuerzo, de la lucha diaria, y de los hechos que van marcando su historia. Ojos muy abiertos por las ganas de llegar a la meta, y casi nunca los entornan para mirar a lo lejos. Un aspecto que induce a pensar que son políticos amables, compresivos, sensibles, y así consiguen fácilmente cautivar al ciudadano.

Otros políticos prefieren influir y orientar el campo político más que ser reconocidos y aceptados socialmente, como quizá le ocurre a Rafael Blasco. Les preocupa su posición de poder y no tanto las antipatías o simpatías que despiertan. Unos rostros obligados por necesidad a forzar los músculos para mostrarse enérgicos, desafiantes y competitivos, de frente y cejas fruncidas de tanto marcar el territorio y por el miedo a verse discutidos, provocando en el ciudadano lo que pretenden, percepción de poder.

Cuando estos políticos de rasgos duros se movilizan por motivos de éxito, no les queda más remedio, si quieren triunfar, que aprender a abrir los ojos para ver más, y percibir mejor al ciudadano. A fuerza de abrirlos, poco a poco le cambiará el rostro, al mismo tiempo que el ciudadano cambia su juicio. Zaplana lo intenta, Almunia lo práctica y Bono lo finge.

También hay políticos en los que se mezclan rasgos de uno y otro tipo. Los de cara infantil, pero de mirada triste, al estilo de Francisco Camps, como si ya tuvieran demasiada historia acumulada y buscaran todavía el éxito, o los de rostro suave pero de frente desarrollada, tal y como le ocurre a Ciscar, como si la capacidad analítica se extendiera por todo el rostro, y el poder se convirtiera en manipulación. Son rostros con ciertas asimetrías, ya sea en la línea de los ojos, en la forma de los labios, o hasta en la misma sonrisa. Producen en el observador la misma ambigüedad que produce un niño con cara de adulto o, a la inversa, como en la simpática Carmen Alborch. Uno quisiera atribuirles rasgos amables, pero hay algo que nos retiene.

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Y en cualquier caso, los rostros de nuestros políticos manifiestan cierto cansancio por una campaña que todavía no ha empezado. Mientras tanto, todos ellos se miran en algún espejo o encuesta y dicen aquello de "espejo, espejito mágico...".

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