¿Quousque tandem, Villalonga, abutere patientia nostra? MIGUEL ÁNGEL AGUILAR
Todo eran resonancias ciceronianas en la catilinaria dominical de Jota Pedro. Su comienzo daba idea de que había comenzado la cuenta atrás del delenda est Villalonga. Aseguraba ese gran facedor de próceres, al que tanto debemos por habernos sacado de pasados fangos, que la pregunta, la gran pregunta, continúa sin respuesta desde hace diez semanas, pero señalaba que había adquirido renovada vigencia en las dos últimas. Y, con el recuerdo vibrante del juez Sirica, Pedro José formulaba la cuestión acogiéndose a la segunda persona del singular, eliminando así la distancia gramatical de la tercera persona e incorporándose al ámbito de la confianza, de la intimidad casi familiar trenzada en aquellos viajes compartidos a Extremo Oriente, gratis total, donde la amenidad de los parajes tanto contribuyó a ambientar los grandes y benéficos designios que al parecer ahora se habrían descubierto inconvenientes. Lo hacía el citado periodista en su carta del director en los siguientes términos: "¿Cuánto daño más piensas seguir haciendo a tu país, a tus amigos, a las personas que te han ayudado y han confiado en ti?" o, lo que es igual, ¿quousque tandem, Villalonga, abutere patientia nostra?, según quedó escrito al comienzo de la primera Catilinaria.De nuevo un colega, El Mundo, que se sabe en la misma soledad de las grandes ocasiones, advirtió, a las pocas horas de anunciarse el acuerdo, de que lo que Telefónica y el BBVA pretendían era constituir un poder fáctico. Qué contraste, pues, entre ese Villalonga dibujado páginas arriba del mismo periódico por ese cacho de periodista con el color de todas las iniquidades y Aznar, un hombre sin tacha, sin secretarias, sin cuñados, un caballero andante de la renuncia al provecho propio, ajeno a las bajezas del oficio, empeñado en desfacer los entuertos de las concentraciones y demás encantamientos, en rebajar a los poderosos insaciables y en compensar a los humildes, siempre dispuesto a ofrecer todas sus hazañas a la señora de sus pensamientos. Pero el desconcierto salta cuando nos acercamos a la figura de Adriana Abascal: la belleza y el buen gusto, la sencilla discreción, callada y sonriente, según la describía Anson, para complacer al triunfador de las finanzas y financiador de las sinrazones, Juan Villalonga. En ese mismo texto del pasado 11 de junio, que ha pasado a las antologías del ditirambo, el académico añadía un verso de Gerardo Diego para el que la música más extrema es el silencio de la boca amada. Ahora, sin embargo, ha sonado el rompan filas y se intenta desairarla en el diario que le era más afín.
Hay también un resabio orteguiano, de aquel raciovitalismo del yo soy yo y mis circunstancias, utilizado por Pedro José con ajustado sentido proyectivo para preguntarse ¿qué no hubieran hecho los promotores de Filesa, saqueadores de los fondos reservados, comisionistas del Ave y de la Expo en esta primavera de la economía virtual? Si en lugar de las miserias de aquel periodo, los socialistas de Felipe González hubieran dispuesto de las nuevas prosperidades desencadenadas por los gestores de Aznar, que han sabido multiplicar el valor de la acción de compañías como Telefónica y demás privatizadas, imagínense ustedes cómo se lo habrían llevado. Una vez más, nos veremos obligados a seguir a nuestro adelantado por la arriesgada, austera y desinteresada senda que ha emprendido. Fuera de ella no hay salvación, sólo quedan aquéllos que cambian la aquiescencia con la corrupción y el crimen de Estado por multimillonarios negocios. Pero al denunciador que le registren, porque saldrá del periodismo tan ligero de equipaje como los hijos de la mar y de Machado. Desde que trascendió lo de la alianza BBVA-Telefónica, el viernes 11 de febrero, cundió el desconcierto y algunos de los incondicionales gritaban desalentados aquello de yo ya no sé si soy de los nuestros. Tantos meses consumidos en la defensa de Villalonga, con las opciones a cuestas, para terminar ahora compitiendo por denigrarle bajo la indicación del jefe de claque. Y luego dicen que el pescado es caro y que el periodismo está bien pagado.
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