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Un nuevo pacto de ciudadanía

El establecimiento por ley de la paridad en las listas electorales, presentado en la Asamblea Francesa para su tramitación por el Gobierno socialista, significa un cambio cualitativo en el mapa electoral y en la condición de elegibles de las mujeres. Se pasa del sistema de cuotas a ser parte plena del pacto social de ciudadanía, sujetos de los derechos políticos del que las mujeres hemos estado excluidas históricamente.Ya Locke, inspirador de la Constitución norteamericana, excluyó a las mujeres del pacto social que instauró la modernidad. Las mujeres tampoco fueron ciudadanas con la Revolución Francesa. Olimpia de Gouges acabó en la guillotina por tener la osadía de hacer un Manifiesto sobre los derechos de la mujer y la ciudadana. Las razones alegadas por unos y otros eran siempre las mismas. El lugar de las mujeres era el doméstico, la familia y los hijos, la obediencia al marido.

La sharia de los fundamentalistas islámicos prohíbe a las mujeres elegir y ser elegidas. Se les niega el derecho de ciudadanía de una forma absoluta. Hoy nos parece terrible, pero no debemos olvidar que no hace tanto tiempo que entre nosotros también era así. Las denostadas sufragistas con su demanda del derecho al voto pusieron los cimientos para que hoy podamos estar cuestionando el déficit democrático que aún existe en nuestras sociedades. Se trata de un déficit de ciudadanía. Estamos obteniendo poco a poco derechos: derecho al voto, igualdad en la familia, participación política, desde una posición reivindicativa, desde extramuros, desde la exclusión. Históricamente fuimos excluidas del pacto social por la razón, entonces incuestionable, de que nuestro lugar estaba en el hogar, en la familia, donde, por supuesto, el jefe y cabeza de familia era el varón.

Los tiempos han cambiado, aunque no en todos los países, y no ha sido fácil. En Francia, desde hace años, gobiernos de uno y otro signo vienen tomando diversas iniciativas, en ocasiones rechazadas por el Tribunal Constitucional, para establecer por ley la paridad en las listas electorales. Finalmente, en el año 1999 se reformó la Constitución y ello ha permitido presentar ahora la ley que incluye la paridad en el cuerpo de elegibles.

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El sistema previsto, la sanción para los partidos que incumplan la paridad, ya fue propuesta por la Unión Interparlamentaria como una de las fórmulas eficaces en aquellos países "donde se prevén ayudas oficiales a los partidos políticos". Para otros, recomendaba "recortar los espacios públicos en medios de difusión". Sin embargo, la mejor y más eficaz de las alternativas, y a la que sin duda estamos abocados, es establecer por ley de una forma directa la paridad, determinando que no se dará curso a ninguna lista que no la cumpla.

Entre nosotros hemos avanzado hasta la denominada democracia paritaria, propuesta por el PSOE en su programa electoral, equivalente a la paridad en cuanto a la superación de las cuotas, y que representa el equilibrio de ambos sexos en las listas electorales, ni más del 60% ni menos del 40% de uno u otro sexo. Las cuotas tan injustamente denostadas han sido y serán durante mucho tiempo un mecanismo de acción positiva para la superación de la desigualdad, que ha dado buenos frutos. La Convención de Eliminación de todas las formas de discriminación de Naciones Unidas, ratificada por la mayoría de los países del mundo, y la Plataforma para la Acción, aprobada en la Cumbre de Pekín, las avalan.

Pasar de la cuota a un nuevo pacto de ciudadanía cambia totalmente el panorama. De la estrategia reivindicativa pasamos a ser parte, con todas las consecuencias, de la acción y la responsabilidad inherente en la construcción de la sociedad. Tan importante como fue en su día el voto, rechazado por muchos, burlado y escarnecido como hoy las cuotas, la paridad es el nuevo marco que se abre con todas las posibilidades de participación plena de las mujeres en la representación política y en el poder.

El cuerpo electoral está compuesto por electores y elegidos y éstos han de ser proporcionales a la realidad social. Las mujeres no somos una minoría a pesar de ser tratadas hasta ahora como tales. Habrá que buscar las fórmulas electorales más adecuadas y estudiar el impacto de los sistemas electorales vigentes y, en su caso, modificarlos, y si es preciso, cambiar los textos constitucionales. En cualquier caso, lo que ya se plantea, por los lobbies de mujeres europeos, es dar una respuesta común para toda la Unión Europea ante las enormes posibilidades que se vislumbran con el Tratado de Amsterdam.

Francia, al exigir por ley la paridad entre hombres y mujeres en las listas electorales, marca el camino que va a seguir la participación de las mujeres en el poder político. Es sólo el primer paso, y como tal, cauteloso. Con la iniciativa francesa se supera la lógica de las cuotas y se configura un mapa distinto. Estamos hablando de un nuevo pacto de ciudadanía y, por tanto, de otra lógica en la participación. Si reconocemos la existencia de un déficit democrático y la necesidad de superarlo es preciso un acuerdo político, un nuevo pacto, al que luego la ley sancionará, dará forma y carta de naturaleza.

La estrategia del movimiento de las mujeres por sus derechos y del feminismo como instrumento político de emancipación ha sido hasta ahora dispersa y poco eficaz. Teniendo un potencial político tan extraordinario, enraizado con la mejor tradición de valores de progreso que han defendido en teoría todos los partidos de izquierda, no ha conseguido hasta la fecha asumir un liderazgo social que le permitiera conducir las transformaciones sociales con legitimidad y orgullo como otros movimientos políticos. Siempre pidiendo perdón, con la cabeza gacha, confesando no ser feministas ni radicales. En la estrategia del poco a poco, de la reivindicación de los derechos, desde la culpa y la presión social, por no cumplir adecuadamente otros papeles sociales asignados históricamente.

De esta errónea estrategia, tal vez la única que nos han dejado, deriva la actual situación en la que las pocas mujeres que están en política en niveles de decisión están marcadas por la condescendencia de los hombres que las cooptan o por el estigma de la cuota, que en unos casos es explícita por los acuerdos intrapartido y en otros implícita, pues, aunque no conste en los estatutos, todos saben que está pactado. Las mujeres, en lugar de analizar las causas profundas de tal situación, se apresuran a declarar que ellas no son mujeres cuota, que están en esas responsabilidades por su valía. Faltaría más. Naturalmente, todos creemos en el principio de mérito y capacidad, con la diferencia de que en los hombres se presume y las mujeres tenemos que demostrarlo. Los hombres son parte de un pacto de ciudadanía que no incluye la valía y la capacidad para desempeñar cargos de representación popular. Como el valor al soldado, se les supone. Ese pacto, deficitario para las mujeres, les asigna una cuota de 70%, 90% o un 100% en muchos casos. Nadie lo cuestiona.

Nuestra posición parte de la lógica de la exclusión. La lógica del sujeto de pleno derecho es otra. No somos parte del pacto. Los derechos se nos conceden con cuentagotas y con una cierta displicencia. La educación, negada durante siglos y segregada hasta hace muy pocos años, aún es desigual en la mayoría de los países del mundo. El trabajo remunerado también ha sido un coto al que se ha accedido en condiciones muy precarias, sin estabilidad ni retribución adecuada y, por descontado, dirigidas por jefes varones. Los puestos de dirección no eran para nosotras. El núcleo duro del poder económico o político ni lo atisbamos.

A ello debe añadirse el extraordinario poder de los estereotipos, las imágenes que condicionan el mensaje. Los mismos ojos no ven igual, ni miden igual a un hombre y a una mujer. Normalmente lo hacen condicionados por siglos de socialización en la desigualdad en la diferente valoración de hombres y mujeres y en los lenguajes de todo tipo que conducen la comunicación. Con estos antecedentes, es normal que las actitudes culturales y los perjuicios hayan excluido a las mujeres del liderazgo en los partidos y en la representación política. Se trivializa constantemente sobre la competencia y capacidad de las mujeres, tanto en los medios de comunicación como en la publicidad y, cómo no, en la vida diaria, donde siempre hay algún gracioso haciendo chistes sobre nuestras habilidades. Así, cuando se llega a desempeñar un cargo público, hasta ahora en España todos de menor cuantía, y con algún jefe-varón dirigiendo la sala de máquinas, no se nos ve ni se nos mide igual que a los hombres.

De ahí la importancia de la iniciativa francesa y de su repercusión en todo el mundo. Supone un salto cualitativo importante. Pasa de la lógica de la exclusión a la lógica de la participación, de un nuevo pacto de ciudadanía, como sujetos de pleno derecho, también en los derechos políticos, como electoras y elegibles. La nueva posición obliga en ciertos casos a cambiar los textos fundacionales, las constituciones. Es lo que se ha hecho en Francia, y lo que deberá hacerse en los países donde la falta de voluntad política busca el burladero de la inconstitucionalidad. Es un nuevo pacto de ciudadanía lo que superará el déficit democrático actual. Ya no se hablará de cuotas, un nuevo territorio ha de incorporarse al hacer político en igualdad de condiciones y con plenos derechos. En suma, se trata de establecer otras reglas del juego.

Cristina Alberdi es ex ministra de Asuntos Sociales y portavoz de la Unión Europea en la Cumbre de Pekín.

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