El síntoma Babitski HERMANN TERTSCH
Un periodista muerto no es mucha noticia. Los hubo a decenas, especialmente en la última década, también en las anteriores. Pero la posible, probable o previsible liquidación del periodista ruso Andréi Babitski, corresponsal de Radio Liberty en Moscú, no es un caso más. Y sería gravísimo que en Occidente se tomara como tal. Hay quienes tienen aún esperanzas de que aparezca vivo. Ójala nos equivoquemos quienes casi las hemos desechado.La desaparición de Babitski es mucho más que la muerte de un reportero. El caso Babitski puede interpretarse como en su día el caso Bujarin en pleno estalinismo, como un cambio cualitativo en los métodos y actitudes de las autoridades del Kremlin para mantener y fortalecer su poder y crear terror entre críticos potenciales.
El caso Babitski desmiente con crudeza las amables afirmaciones sobre la voluntad democrática y cívica del Kremlin. Y como la propia guerra de Chechenia no va dirigido sólo contra terroristas reales o supuestos, ni contra los chechenos siquiera, sino contra los defensores de la democracia y los derechos humanos en Rusia. Es uno de los peores síntomas de la evolución política en Rusia y una prueba más de que el presidente aún interino y muy pronto electo que es Vladímir Putin, el aparato militar, policial y represivo a su servicio y sus aliados de las mafias industriales, comerciales y del poder regional en Rusia no creen tener ya necesidad alguna de guardar apariencias ni ante Occidente ni ante su propio pueblo.
El periodista Babitski que tanto dijo sobre lo que realmente pasa en Chechenia era un indeseable. Otros periodistas que también lo eran han sido asesinados por "incontrolados" o mafias o han desaparecido, en Rusia como en Bielorrusia. Pero la entrega con publicidad por parte del Ejército de un periodista, ciudadano ruso, a unos encapuchados supuestamente chechenos es la más obscena y brutal amenaza a la libertad de prensa y los derechos humanos que se ha permitido el régimen ruso desde la perestroika.
Al menos los que no olvidan con facilidad el pasado harían bien asustándose ante las amenazas para el presente y el futuro que se perfilan una vez más en Moscú. Sobre todo para la propia sociedad rusa. El escándalo del supuesto canje de Babitski debería haber levantado oleadas de indignación en Rusia y todo el mundo. Pero los rusos están demasiado ocupados con su difícil supervivencia cotidiana y el mundo parece decidido a no irritar al Kremlin. Occidente se deja apabullar y regañar por Yeltsin en la OSCE en Estambul hace unas semanas y ahora parece asustarse ante la respuesta contundente del señor Putin a cualquier crítica. La escenificación de la entrega del periodista a los encapuchados es más propia de los regímenes que ejecutaron a Bujarin, a Rajk, a Slanski que de ese Estado que pretende formar parte de una comunidad de Estados civilizados.
Son muchos miles los muertos habidos ya en Rusia, bajo Putin y bajo Borís Yeltsin, tan amado él por Occidente, tan alabado por Washington y Berlín, tan elogiado por Strobe Talbott. Chechenos y rusos. Y entre ellos algunos informadores que quisieron explicar por qué muchos rusos son hoy la ostentación de la más procaz riqueza mientras la mayoría se debate entre enfermedades, alcoholismo, paro, pobreza y hambre.
Pero Babitski ha desaparecido, digámoslo de momento así, porque ha querido informar sobre una operación global de terror lanzada desde el Kremlin contra un pueblo para sacar réditos electorales. Resurgen los hábitos del pasado. Stalin deportó a los chechenos en 1944. Como a otros muchos pueblos. Al menos él no posaba como demócrata y reivindicaba su derecho al crimen. Ahora la hipocresía del Kremlin sólo es comparable a la que demuestra el silencio en Occidente.
Exigir a Moscú explicaciones sobre el paradero de Babitski es un deber. Quizá no salve ya la vida del periodista, pero sí demostrará que se mantiene un mínimo de respeto hacia todos los millones de rusos que han luchado y muchos muerto, por la libertad, la dignidad y la democracia.
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