Vespino o Vespone AGUSTÍ FANCELLI
"¡Hala ahí! ¡El Vespino!". No se llama Vespino el siervo que, en comandita con la camarera Serpina, ridiculizará al viejo solterón Uberto, con quien aquélla acabará casándose. En realidad, el siervo se llama Vespone. Pero a Marta, una escolar de Sabadell de nueve años, no le viene de un par de letras. La ópera bufa napolitana del siglo XVIII todavía no es su fuerte. En la clase de música, gracias a diversos materiales facilitados por el Liceo, ella y sus compañeros se han preparado para escuchar La serva padrona, el célebre intermezzo de Giovanni Pergolesi, estrenado en 1733. Pero hoy los conocimientos adquiridos en el aula quedan un tanto lejos. Hoy Marta, sus compañeros y otros que no lo son, unos 400 en total procedentes de una decena de colegios, están en el nuevo foyer del teatro para escuchar en directo La serva padrona.El volumen de las risas es alto antes de que empiece la función. Pero Xavier Pujol, responsable del servicio pedagógico del teatro y gato viejo en el trato con los alumnos, sube al estrado y les cuenta una historia muy simple: la de un tipo de teatro de hace "muuuchos" años, en el que los actores en lugar de hablar cantaban. Lo hacían sin micrófonos, sirviéndose únicamente de la voz natural, pues por aquella época aún quedaba mucha tecnología por inventar. Al servirse de un medio tan frágil como la voz, los cantantes necesitaban la colaboración del público para darse a entender. ¿Qué clase de colaboración? El silencio, precisamente. Y hete aquí que, de súbito, el parloteo desciende al nivel de la murmuración aceptable y la función puede dar comienzo.
Se trata de una Serva padrona con un poco de trampa. Los cantantes -jóvenes también: Conxita García y Rocío Martínez se alternan en el papel de Serpina; Ulises Ordóñez y Manel Esteve, en el de Uberto- no van disfrazados, sino de etiqueta: de esmóquin, el chico; de tiros largos -con generoso escote que provoca algún silbido de admiración por parte de los más mayorcitos-, la chica. Están doblados por unas graciosas marionetas de mochila de la compañía granadina Etcétera, dirigida por Enrique Lanz. De hecho no exactamente doblados, pues acaban interaccionando con los muñecos en un divertido juego de teatro dentro del teatro. Se trata de un montaje sólo en apariencia sencillo. El clavicémbalo, ante el que se sienta con autoridad la directora musical, Elisabeth Atll, está en primer plano. Los muñecos aparecen por detrás del instrumento, mientras que los cantantes se sitúan a los lados. Al fondo, en un plano superior, los 10 instrumentistas de cuerda procedentes de la Jove Orquestra Nacional de Catalunya interpretan con esmero la nada fácil partitura. Un espectáculo lleno de dignidad.
Con 18 funciones programadas entre febrero y mayo, el título va a ser el más representado de la actual temporada. Pasarán por el foyer más de 7.000 estudiantes. Precio de la entrada político: 500 pesetas. Pero la oferta del teatro para los jóvenes no acaba ahí: aparte de las visitas guiadas al edificio, que ya se realizaban antes del incendio, también está en marcha desde enero la asistencia a los ensayos generales para estudiantes de bachillerato, unos 500 por cada función. Cuentan de un chaval que con el Don Carlo actualmente en cartel se llevó una rotunda decepción: él se esperaba que el historiado sarcófago que aparece al final de la obra se abriera de golpe y surgiera la momia de Carlos V, con los brazos por delante en plan Bela Lugosi. La muy moderada aparición del fantasma real por una puerta del fondo le sumió en una profunda decepción. Miradas como ésta convienen ciertamente para que entre aire fresco en la ópera.
Pero el programa pedagógico del teatro no se limita únicamente a formar futuros espectadores. En mayo está previsto que grupos reducidos de estudiantes puedan conocer desde dentro cómo se construye una ópera (en este caso Le nozze di Figaro), asistiendo a seis tipos diferentes de ensayos (voz y piano, escena y piano, coro, orquesta, etcétera). Finalmente, otra actividad persigue convertirles en intérpretes: en colaboración con el CCCB, se estrenará en primavera, en el Mercat de les Flors, la ópera Eco, de Philippe Valet, escrita para voces blancas solitas y en la que interviene un coro de 1.000 niños.
Vespino o Vespone, poco importa. Lo que cuenta de verdad es que Marta y sus compañeros estén ahí llenando el foyer del Liceo. Es, de lejos, la mejor inversión que puede hacer un teatro público.
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