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¿La guerra de Finlandia?

JAVIER UGARTE

"La guerra de Finlandia", rezaba el epígrafe que encabezaba varios reportajes escritos en 1939 ¿Guerra de Finlandia?, ¿guerra en Suomi, el país de los lagos? El enunciado llamaba la atención, tal vez porque los países nórdicos se nos han presentado falsamente durante tiempo como modelos de ponderación y actitud pacífica. El rótulo corresponde a un libro de Martha Gellhorn, El rostro de la guerra. Periodista, fugaz esposa de Hemingway con quien coincidió en París y en la guerra española, viajó a Helsinki en noviembre de 1939 como corresponsal de guerra. Algo presentía su redactor jefe, algo estaba a punto de suceder allí. Y, en efecto, a las nueve en punto de un día de diciembre, los rusos, sin que mediara una declaración de guerra, bombardearon la ciudad báltica. Ella lo contó. Escenas de terror y pánico, situaciones dramáticas, cadáveres, niños perdidos. Luego, en el frente de Carelia (franja de tierra que se disputaban con los rusos), en torno a la línea Mannerheim, la corresponsal sentiría,inconscientemente, esa fascinación por la guerra, por los jóvenes valerosos y la intensa camaradería, unido, en esta ocasión, a la atracción por la pulcritud de las unidades móviles finesas con sus blancos uniformes en aquellos primeros días de guerra de invierno frente a un ejército ruso masivo y mal equipado ("Es bueno que la guerra sea tan terrible -decía el general americano Robert Lee-, pues de lo contrario la amaríamos demasiado"). Luego llegaría lo duro, los cinco años de guerra en todo el continente, la Guerra de Continuación para los fineses (1941-1944).

Lo cierto es que Finlandia acababa de salir de una cruenta guerra civil (1918-1919), que se confundió en parte con la rusa, y que costó miles de muertos en los frentes y otros tantos en la posguerra como consecuencia de la represión. No era pues aquélla la idílica tierra de lagos y granjeros pacíficos, en manifiesto contraste con el sur temperamental y belicoso, que nos describiera alguna crónica.

La posguerra fue dura. Y, en plena Guerra Fría, debieron buscar un camino de desarrollo propio, la llamada finlandización, a base de neutralidad, buenas relaciones con la URSS y un modelo de organización occidental. Lograron un alto nivel de vida con una amplia clase media. Pero los suecos (aproximadamente un 6% de la población) mantienen aún hoy su lengua, sus escuelas y su propio partido, especialmente fuerte en las Islas Åland. Están, por otro lado, los olvidados saamis, los lapones.Hoy Finlandia aparece en la prensa porque la socialdemócrata Tarja Halonen ha alcanzado la máxima magistratura del país, y, al parecer, se trata del único lugar en el mundo en el que se ha llevado una campaña para elevar la autoestima, al parecer maltrecha, de los hombres. Un país ciertamente exótico. Un país desconocido.

¿Y quién sabe algo de Noruega? Uno cuanto menos sabe que alguien a quien conoce no es rey de ese país ("Ni ez naiz Noruegako errege", proclama en su disco, quien sabe si en homenaje a Snorri Sturluson, poeta islandés del siglo XIII, o a Erik el Rojo; si en un arrebato de modestia o tal vez de sinceridad; me inclino por la quinta posibilidad), que Persiles y Segismunda lo recorrieron, y que un año de aquéllos Oslo fue capital de los Juegos de Invierno. Y, ¿quién sabe qué de Bielorrusia o de Níger desde que dejó de hablarse de Biafra, siendo como es el país más poblado y rico de Africa? ¿O de Arabia Saudí o de Tailandia? ¿Y de Francia?

Nuestros empresarios los visitan e incluso hacen negocios en ellos. Pero, las cosas tienden a expandirse: cada vez más, todo el mundo irá a todas partes, allá donde haya trabajo. Donde haya, a ser posible, un buen trabajo. Y no será tan difícil en una economía globalizada con una lengua franca. E, incluso, tenderá a desarrollarse el sentimiento de irse, lejos de Aquí o de Allí, ponerse en camino en busca de mejores oportunidades. Y si no, mal nos irá.

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Pero, mientras tanto, nuestra atención sigue exageradamente centrada en nosotros mismos; o, cómo mucho, en Irlanda, que es otra manera de autocontemplarse. Y no son la prensa o los medios los culpables: tenemos unos medios de comunicación de alta calidad si sabemos elegirlos. Es, más bien, cierto clima narcisista que nos domina de un tiempo a esta parte y nos impide mirar más allá. Se nos pasará.

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