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Viva la diferencia

Santiago Segurola

En los corrillos del fútbol se ha abierto un debate sobre el estado de la Liga, deficiente a los ojos de los pesimistas y meritoria en opinión de los optimistas, que hablan en términos políticos: igualdad y café para todos. Según este criterio, la salud del campeonato español es magnífica. La excelencia se derivaría de la ausencia de liderazgo, en beneficio del carácter democrático de la competición, donde todo el mundo tiene la oportunidad de ganar el título o bajar a Segunda, donde el Madrid figura entre los equipos más goleados del Campeonato, donde el Barcelona ha perdido ocho partidos y el 50% de los puntos disputados, donde el Deportivo encabeza la clasificación con el menor porcentaje de puntos en la historia de la Liga.Es cierto que cada vez son más numerosos los equipos que disponen de un buen dinero para gastarlo en el mercado internacional. Y que eso reduce distancias y mejora la posibilidad de una competición más disputada. Pero la tesis igualitarista también admite una lectura menos amable. Si en el fútbol el jugador es rey, cuesta encontrar uno en el presente campeonato. Acaso Figo, quizá este Raúl que se resiste valerosamente a aceptar la mediocridad del Madrid. Y poco más. Porque la excelencia rematadora de Hasselbaink, Milosevic o Salva está relacionada con el gol, no con el juego como tal.

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¿Cómo se puede hablar de un buen campeonato si no hay futbolistas bandera? En la lista estaba Rivaldo hasta hace poco, pero su estrella se ha apagado después de perder el duelo con Van Gaal. Rivaldo ha quedado preso de una saudade preocupante. Una tristeza que se hace extensible a numerosos jugadores que aparecen como sospechosos ante sus técnicos, de cuyo carácter represor se resiente todo nuestro fútbol. La Liga española cuestiona en estos días a Guardiola, Valerón, Julen Guerrero o Kiko. Las objeciones se las ponen sus entrenadores, que les dan mala vida. Los ven con incomodidad, los califican de especiales, de futbolistas extraños al modelo militarista que se predica desde los banquillos. No se fían de ellos por originales, porque su heterodoxia discute el aplastante papel que han adquirido los entrenadores.

Siempre se pueden encontrar razones ventajistas para criticar el juego de Guardiola, Valerón, Julen o Kiko. Bien, todo el mundo sabe de sus deficiencias en el capítulo defensivo, o de sus limitaciones atléticas, excusas que desgraciadamente sirven para justificar todas las tropelías que se cometen en el fútbol actual. Sin embargo, algo ve la gente en ellos que no quieren ver los entrenadores. El público aprecia la originalidad en lo que vale. Aprecia lo diferente, aquello que sirve para considerar al fútbol como algo hermoso, sentimental, y no como algo estrictamente táctico, militar o físico, un fútbol de color caqui que iguala a todos, pero nos condena al hastío. El fútbol de esta Liga, por ejemplo.

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