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Muere Screamin' Jay Hawkins, mítico cantante de lo truculento El artista, de 70 años, fue campeón aficionado de boxeo en los 40

Diego A. Manrique

De verdadero nombre Jalacy Hawkins, había nacido el 18 de julio de 1929 en Cleveland (Ohio). Como muchos artistas negros de la época anterior a la legislación de los derechos civiles, se encontró con opciones muy limitadas. Inspirado por el gran barítono (y activista político) Paul Robeson, intentó sin éxito entrar en el mundo de la lírica. Tuvo más fortuna en el boxeo: en 1947 fue campeón de los pesos medios aficionados.

Hawkins, que falleció el sábado por la noche en París a causa de una oclusión intestinal, regresó a la música en 1951, como pianista, cantante y ayudante personal de Tiny Grimes, exuberante guitarrista de jazz que también hacía rhythm and blues y que, para llamar la atención, vestía a su banda como escoceses, bajo el nombre de The Rockin' Highlanders. Hawkins aprendió la lección. En sus discos en solitario, cultivó la temática de la magia negra, siempre presente en la música de Nueva Orleans y el delta del Misisipí. En 1956, grabó en Nueva York su canción emblemática, I put a spell on you, en una sesión memorable por la cantidad de alcohol ingerido para perder inhibiciones. A pesar de que la discográfica envió el disco en versión depurada de gemidos y aullidos, el obsesivo I put a spell on you fue vetado por casi todas las emisoras. Aunque, a la larga, se convertiría en un tema clásico, con versiones de Creedence Clearwater Revival, Animals, Them, Manfred Mann y otros rostros pálidos.

Por indicación del locutor Alan Freed, pionero del rock and roll en Cleveland, Hawkins desarrolló un show macabro: llegaba al escenario entre llamas y en un ataúd, portaba una calavera -bautizada como Henry- y una lanza de mau mau, se arropaba con (falsas) serpientes y una capa de vampiro. Utilizaba una máquina de humo primitiva y explosiones de pólvora. Sin saberlo, estaba poniendo los cimientos del rock teatral y truculento, que se convertiría en espectáculo de masas con Alice Cooper o Marilyn Manson.

Como ocurrió a muchos pioneros negros, su humor histriónico fue mejor entendido en Europa y en el Reino Unido. En Inglaterra tuvo un pintoresco imitador, Screaming Lord Sutch, y discípulos tan variados como Arthur Brown o Black Sabbath. También contó con el apoyo de los Rolling Stones, que le contrataron ocasionalmente como telonero; Keith Richards incluso tocó en alguno de sus discos, en el mismo espíritu que la colaboración de Mick Jagger con el Dr. John de la época vudú.

La escasez de éxitos le obligó a actuar sin descanso por los antros del rock underground y allí fue descubierto por cineastas que apreciaban su aspecto imponente, su presencia impasible: se le puede ver en Mistery train (Jim Jarmusch, 1989) o en Perdita Durango (Álex de la Iglesia, 1997); también aportó alguna canción a un disco inspirado por Expediente X. Volvió a grabar con regularidad en sellos europeos pero lo mejor de su obra, incluyendo sus incursiones en lo escatológico, está recogido en recopilaciones como Portrait of a man o Voodoo jive: best of Screamin' Jay Hawkins.

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