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La transición sin titular

"¿Ha terminado la transición? Yo no he leído ese titular en la primera página de EL PAÍS. Todavía no sé si podemos estar tranquilos". Manuel Vázquez Montalbán le dirigió la pregunta irónica a Juan Luis Cebrián ayer en la Casa de la Caritat de Barcelona durante la presentación de La agonía del dragón (Alfaguara), novela sobre ese periodo escrita por el primer director que tuvo este diario. Cebrián dudó un instante, como si cayera de repente en la cuenta de que ese titular efectivamente no había pasado nunca por rotativas. Al cabo, señaló: "Yo no sé si ha acabado o no. Pero una cosa es no estar del todo tranquilos y otra muy diferente estar completamente acojonados, que es lo que estábamos antes de la transición".El miedo. Ése es el sujeto siempre presente en esta narración, que transcurre entre finales de los años sesenta y 1973, cuando Carrero Blanco, delfín del franquismo, saltó por los aires en la calle de Claudio Coello como consecuencia del estallido de una bomba etarra. Miedo a todo: a hablar, a escribir, a pensar, a reunirse, a solicitar un pasaporte. Pero también miedo a besarse en la calle o a masturbarse en la intimidad. "No se podía hacer nada, el miedo se cortaba en el aire, estaba muy presente en la vida española. Yo incluso había llegado a tener pesadillas con personajes como Carrero o Camilo Alonso Vega".

Expulsar demonios. Tal vez sea éste el motivo principal de que La agonía del dragón sea una novela y no un ensayo. Josep Ramoneda, que moderaba el acto, interrogó al autor sobre la cuestión. "El tardofranquismo en Madrid fue muy particular. Yo he pretendido recuperar los olores, los sabores, incluso las nostalgias personales de aquella época. Esa historia sentimental a través de un ensayo era muy difícil de transmitir".

Vázquez Montalbán buceó con detalle en las referencias literarias de la novela. Citó al Baroja de La lucha por la vida, un Baroja que acabó por tener la razón frente a Ortega, que le negaba un futuro a la ficción. Citó como otros ascendentes la novela río francesa del XIX para ir a parar al Sartre de Los caminos de la libertad. "He tenido muy presente este último título", confirmó Cebrián. "Mientras escribía pensaba en cierta estructura de folletón, como si fuera a publicarse en entregas semanales. Los capítulos respetan este planteamiento".

Un folletón inacabado, "un terceto del que sólo conocemos el primer verso", observó Vázquez Montalbán. A este libro, efectivamente, han de seguirle dos más: de la muerte de Carrero al triunfo socialista de 1982, y otro consagrado a la etapa socialista. "¿Corresponde la trilogía al esquema planteamiento-nudo-desenlace?", inquirió Vázquez Montalbán. "Sí, y en la medida en que esto ocurra, los protagonistas de la historia irán ganando autonomía narrativa", convino Cebrián. "El éxito de la transición es que España dejó de ser un nombre registrado de unos pocos. Nos quitó la vergüenza de ser españoles, que hasta entonces habíamos sufrido intensamente. Ahora España vuelve a ser una marca registrada del franquismo sociológico".

Novela coral, con multitud de personajes que aspiraban a cambiar las cosas, tanto si eran luchadores de primera hora como si se apuntaron en 1975, "y con 20 duros de marxismo llegaron a bordear la lucha armada para luego regresar a la casa del padre", según la definición de Vázquez Montalbán de los rupturistas rezagados. En ese punto apareció citada la reciente parábola de Josep Piqué exhortando a los jóvenes populares a ser revolucionarios desde el conservadurismo y no por la errónea vía comunista que él siguió en su juventud. "Pero la transición no fue programada por esos agentes y ni siquiera por aquellos otros que, desde el propio régimen, comprendieron que tras la muerte de Carrero cualquier posibilidad de que el franquismo continuara quedaba truncada. Eso se verá en la segunda novela".

¿Ha acabado la transición? Aunque este diario no diera el titular, el hecho de que su primer director escriba una novela sobre ella inclina a pensar que sí.

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Carmen Secanella

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