Sarajevo
Una de las fotos más tristemente hermosas y amargas de este siglo fue la que le tomaron a Admira Ismic y a su novio, Bosko Brkic, en 1993. Era en Sarajevo. Admira era una bosnia musulmana y Bosko era un serbio cristiano ortodoxo. Eran hijos de dos mundos que se no se miraban como si fueran a matarse: se estaban matando ya de hecho. En la foto, como Romeo y Julieta, desafiando a la historia, a los prejuicios, al racismo, a las luchas étnicas y a las religiones, Admira y Bosko están abrazados. Están en un puente. Y están muertos.Los habían abatido los francotiradores cuando intentaban huir de la guerra. Fue el fin de Sarajevo como la ciudad de la tolerancia, la multiculturalidad, las mezclas interraciales. La foto de los amantes asesinados en el puente dio la vuelta al mundo: era el retrato de la barbarie racista y religiosa. La locura.
El Sarajevo de hoy es El Ejido. El pueblo almeriense ya ha perdido su nombre (con artículo árabe, por cierto) y su orgullo. Como Rostock. Se habla de El Ejido asociándolo a la limpieza étnica, a La noche de los cristales rotos de Hitler, a Mancha Real. Las imágenes en televisión han mostrado estos días a francotiradores con escopetas en las azoteas de los edificios, a gente orinándose sobre ejemplares de El Corán. Milosevic está ahí al lado y no lo sabíamos. O sí.
En su época de periodista, Arturo Pérez Reverte, que estos días está en Granada con Laetitia Casta (bastante sosa en persona: lo que hace el maquillaje) y Joaquín Cortés, no cesaba de recordar en sus crónicas de guerra que Bosnia estaba apenas a poco más de una hora en avión desde Madrid. Mucha gente se iba de fin de semana a Mostar para ver lo que era la barbarie de cerca. Ahora podrán irse a El Ejido, que sale más barato y no hace falta hablar inglés, sino andaluz de capataz enriquecido con la explotación de los marroquíes. Porque son esos marroquíes a los que perseguían con bates los lugareños los que han hecho un vergel del desierto de Almería. Cosas de la vida, o de la raza superior europea: ya no nos conformamos con reventarle los camiones de tomates a los moros, esquilmar los caladeros. Ahora vamos a por ellos. A muerte. Y dentro de no mucho tiempo veremos otra foto para la historia. Alguien que, como Admira y Bosko, yace en un puente, o en una calle, o en cualquier sitio, culpable del delito más terrible: el de la inocencia.
JESÚS ARIAS
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