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Tribuna
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Palabras

Rosa Montero

Humboldt, el famoso naturalista alemán, viajó a Venezuela en 1799. Recorrió la cuenca del Amazonas y un día llegó a una remota zona de la selva en donde esperaba encontrar al pueblo de los Atures. En efecto, halló algo: chozas medio quemadas, aldeas destruidas, el reciente escenario de una matanza bárbara, porque los Atures habían sido atacados por los fieros Caribes. Todos estaban muertos, salvo un desconcertado loro de brillantes colores que, en mitad de las ruinas aún humeantes y del campo sembrado de despojos, farfullaba largos parlamentos incomprensibles. La criatura hablaba la lengua de los Atures, y ya no quedaba nadie sobre la Tierra que pudiera entender su insensata salmodia.Siempre me ha conmovido esta espectral historia. Que de toda la cultura y la memoria de un pueblo sólo se hubiera salvado un balbuceo de animal idiota; y que ya no hubiera nadie capaz de desentrañar las claves de ese inmenso tesoro, de ese lenguaje oculto en la lengua del loro. Es justamente eso lo que hace que este pequeño relato sea tan inquietante: simboliza la imposibilidad de entendimiento con el otro. Son palabras que no sirven para comunicarse, porque se ha perdido el código común. Hay otros casos de incomprensión parecidos a éste. El más espeluznante es el de Lucy, aquella pobrecita chimpancé que vivió sus primeros años con unos científicos con los que aprendió el lenguaje manual de los sordomudos, pero que luego acabó en un zoo, metida en una jaula; décadas más tarde, un visitante casual descubrió que los gestos frenéticos que aquella mona repetía una y otra vez entre los barrotes provenían de un lenguaje humano y eran una patética llamada de socorro: "Sacadme de aquí".

Creo que uno de nuestros miedos más profundos y atávicos es ese terror a no entendernos. A que la palabra, que es lo que nos diferencia de los demás animales, se deslice hacia la confusión y las tinieblas: recordemos el mito de Babel. De ahí el desconsuelo que producen las palabras ensimismadas y vacías: las ciegas soflamas de ETA, la verborrea de Haider, los bramidos racistas de El Ejido. Las palabras que no tienen corazón y no comunican sólo pueden traernos regresión y locura.

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