Adiós a un artista de la historieta
Uno de los grandes maestros del cómic del siglo XX nació en Madrid en 1921. Murió el pasado enero sin que este hecho tuviera toda la repercusión que merecía. Se llamaba Antonio Hernández Palacios. Y aunque su nombre no diga nada a muchos, fue uno de los creadores españoles más formidables que ha dado el siglo. La editorial andaluza Grupo Pandora y la Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V han publicado recientemente los dos últimos álbumes de Hernandez Palacios.Carlos V y Felipe II son dos libros que recuerdan, a través del cómic, los hechos más destacados del reinado de ambos monarcas. EE UU forjó algunas de sus claves míticas y sentimentales a través de un género cinematográfico tan potente como el western. Los cómics de Hernández Palacios recrean algunos episodios decisivos de la historia española y les dan una dimensión artística dentro de un género, en muchas ocasiones, mal conocido y minusvalorado.
Pedro Tabernero, responsable de Grupo Pandora, reivindica el trabajo de Hernández Palacios, al que considera "uno de los nombres imprescindibles en la historia del cómic". Tabernero colaboró ya con Hernández Palacios en la realización de tres de los 25 volúmenes que integran Relatos del Nuevo Mundo, una historia de América editada por Planeta-De Agostini.
Tabernero evoca con pasión la capacidad de recrear escenas del pasado y la concienzuda documentación de Hernández Palacios. A veces, señala Tabernero, el dibujante jugaba con planos y escenas del cine para hacer sus dibujos. Eran "homenajes que a él le gustaba hacer".
El editor gráfico cree que, gracias a autores como Hernández Palacios, muchos consideran el cómic como una "categoría artística más". Para comprobar que un cómic de Hernández Palacios es una obra de arte sólo bastan unos segundos. Los necesarios para abrir uno de sus álbumes y quedarse deslumbrado por la fuerza de sus dibujos.
La puesta en página, el uso del color, la expresividad de cada trazo... Todo ello configura una impresión inolvidable. Porque Hernández Palacios fue, además, uno de los últimos artistas de la historieta que lo hacía todo. Dibujaba y coloreaba sus viñetas. Y escribía los guiones. En los tiempos de la infografía, su técnica minuciosa y artesanal traza una obra irrepetible.
La muerte del dibujante ha sellado una época. Sus tetralogías del Cid, sobre la vida del guerrero del siglo XI, y Eloy, uno entre muchos, su personal aportación sobre la guerra civil, son deslumbrantes. Ambas series fueron difundidas en una docena de idiomas. Un magnífico Roncesvalles, que relata la derrota de las huestes de Carlomagno a manos de vascos y musulmanes, coronó su obra. Sus biografías de Colón, Simón Bolívar y las citadas de Carlos V y Felipe II contribuyeron a cimentar su solidez artística.
Aquel hombre nacido en una familia humilde, que trabajó como chico para todo de un dibujante, que en el Madrid sitiado de 1937 hizo su primer cartel, que rodó por Europa tras la guerra civil y que en la España del desarrollismo acabó por convertirse en una de las firmas más importantes del mundo de la publicidad, llegó un día en que se cansó, buscó sendas más creativas e inició su trabajo en la historieta. El resultado es una obra artística fascinante cuyos últimos frutos están en las librerías.
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