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Tribuna
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El complejo de Múnich

Andrés Ortega

Catorce gobiernos de la UE han decidido tomar medidas bilaterales contra un Gobierno austriaco en el que entra ese nuevo extremo de la derecha que representa el partido de Jörg Haider. Tolerancia cero con este tipo de movimientos. Es un nuevo paso en el derecho o deber de injerencia en los asuntos internos de otro Estado (aunque la injerencia es la vida misma de la construcción europea); una ramificación del mismo principio que alimenta el caso Pinochet (y en cierto modo compensación por su previsible desenlace). Los valores por delante, pues, efectivamente, esta Europa no se debe construir al margen de unos valores. Todo parece muy correcto. En principio, muy bien. En realidad, un disparate.La decisión de los Catorce ha sido precipitada, y resultará difícil de gestionar. Pues una cosa es criticar, públicamente como lo hizo ayer la Eurocámara o disimuladamente por vía diplomática, y otra tomar medidas concretas contra un gobierno, al fin y al cabo salido de las urnas. No se trata ya de recordar cómo esta Europa apoyó en 1992 el golpe de Estado en Argelia porque un partido que supuestamente iba contra la democracia, el Frente Islámico de Salvación (FIS), iba a ganar unas elecciones. Y luego pasó lo que pasó. Con las mejores intenciones, se pueden generar situaciones perversas, cuando no se respetan las reglas de juego previamente pactadas.

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Un partido de ese nuevo extremo de la derecha, la Alianza Nacional, participó en el Gobierno italiano de 1994 a 1996 y entró en el Bloque del Polo en las últimas europeas, y la UE no se movió. Italia era un país grande y Austria un país pequeño, aunque importante dada su posición geográfica en una Europa de flujos postmuro de Berlín. Pero la nueva injerencia que se dibuja es la de grandes en pequeños. No al revés. En Austria, Haider está más fuerte que nunca. Al tiempo, se sataniza al conjunto de un país, cuyas reglas democráticas están protegidas por su propia Constitución y por la UE. Si se saliera de esos límites, sería otra cosa. De momento, Haider ya ha aceptado algunos postulados, como el euro, que antes rechazaba. ¿Educa la proximidad al poder?

Aunque se compartan las preocupaciones que despierta Haider, los Catorce se han metido en un camino difícil de recorrer. Pueden acordar reducir las relaciones bilaterales con Viena, pero dentro de la UE, a diario tendrán que tratar con los austriacos. Más aún cuando se va a abrir la Conferencia para la reforma de los Tratados y se va a impulsar las negociaciones para la ampliación de la UE al Este. dado el requisisto de la unanimidad, en ambos terrenos Austria tiene una llave. Austria puede vivir con el castigo bilateral. La UE no podrá vivir contra Austria. La Comisión de Prodi -al menos los más razonables de sus miembros- lo ha entendido bien, y, con moderación, ha intentado salvarse a sí misma. Pues, de paso, los Catorce, se han saltado todos los procedimientos, y en nombre de combatir el antieuropeísmo de Haider han socavado las instituciones comunitarias. La UE tiene la posibilidad de castigar a un Estado a posteriori, por su comportamiento; no por sus intenciones. Además, el camino abierto puede llevar a la injerencia en todos los niveles, incluso hasta ayuntamientos en cuya gestión participe EH o el Frente Nacional de Le Pen. Es un nuevo terreno, explorable desde la Idealpolitik, pero de imposible gestión, y que puede llevar a repudiar Gobiernos simplemente porque no gusten. La tolerancia exige ser tolerante con el intolerante, y la democracia actuar para que éste no gane elecciones. En Austria, no se ha sabido hacer. A Haider no le han ayudado sólo las ansias del conservador Schüssel por llegar a Canciller, sino también el ala izquierda del partido socialdemócrata y los sindicatos que han querido dinamitar el liderazgo de Klima.

Muchos de los Catorce debían saber que su advertencia era inútil, que incluso podía hacer inevitable la formación de ese Gobierno de coalición azul-parda. Su gesto no estaba dirigido a impedirlo. A muchos, impulsados por Schröder y Chirac en primer lugar, les convenía por razones de política interna dar ese paso, para ahuyentar o frenar a sus propios demonios: los franceses a Le Pen; los italianos a su extrema derecha; Aznar para su patena centrista, para el problema vasco, y para situarse en Europa... Ésa no es la Europa política que algunos creen ver nacer, sino la Europa de unos políticos que más que liderazgo dan la sensación de actuar antes de pensar. Quizás porque son presa de un complejo de Múnich, pese a que a todos ellos 1938 les queda ya lejano: el miedo de los actuales líderes en Europa a ser acusados de apaciguamiento, ayer frente a Milosevic -ahí sigue-, o ahora frente a Haider. Ambos personajes resultan execrables. Pero no son ningún Hitler. Y en todo caso, la demagogia contra la demagogia también es demagogia.

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