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Tribuna
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Formación del Espíritu FRANCESC DE CARRERAS

Francesc de Carreras

Dos noticias se han entrecruzado en los últimos días cuyo núcleo central es el mismo aunque contemplado desde ángulos distintos. Por un lado, en Austria, el partido del ultraderechista Jörg Haider, de ideas xenófobas con connotaciones nazis, ha formado Gobierno en coalición con el partido conservador; por otro, en España ha entrado en vigor hace dos días una nueva y polémica Ley de Extranjería, más abierta a la entrada y naturalización de extranjeros que la ley anterior.Ambas noticias aparecen justo en un momento en el que se ha hecho público que tenemos la natalidad más baja del mundo, en el que el paro o la precariedad laboral son la primera preocupación de muchos ciudadanos, el bienestar mínimo no alcanza a todos y, además, se han sucedido en los últimos meses enfrentamientos por cuestiones raciales, la última hace pocos días en Premià de Mar.

La xenofobia, el odio al extranjero, al que no es como nosotros, al otro, es algo tan viejo como el mundo y, para muchos, es considerado algo natural. La agrupación en familias y en tribus, así como los profundos sentimientos de solidaridad dentro de la familia y de la tribu es, para muchos, algo innato en el hombre, lo que debe ser. Y, al mismo tiempo, también se ha considerado natural lo contrario: la insolidaridad con el que no es de la familia, la guerra al extranjero. Lo hemos contemplado en los últimos años: serbios contra croatas y viceversa. A muchos les parecía lo más natural del mundo y se alineaban con unos o con otros: los serbios eran malos y los croatas buenos, o al contrario.

La razón moderna hace tiempo que inventó una forma de organizarse distinta que lleva por nombre democracia. Parte de un principio muy simple y que hoy parece que todo el mundo acepta: los hombres nacen libres e iguales y la sociedad y el Estado deben conservar esta libertad y esta igualdad de los hombres a lo largo de toda su vida. Sin embargo, del dicho al hecho, como se sabe, hay un buen trecho, y estas bellas palabras son desmentidas muy a menudo por nuestra realidad cotidiana. En el siglo XX -en el cual no sé si todavía estamos- parecía que la democracia, es decir, la libertad y la igualdad de todos, iba a consolidarse y, como hemos visto, ello no ha sido así: guerras, racismo y muerte han sido protagonistas principales. Todavía está en un lejano horizonte una sociedad tolerante y libre.

Por ello me preocupa el falso consenso que parece haberse construido alrededor de unas ideas que se vulneran en la práctica. El rechazo general a Haider y al nazismo, la abominación del racismo y muchos de los elogios a la nueva Ley de Extranjería son afirmaciones que se proclaman porque forman parte de lo políticamente correcto, pero esconden en muchos casos actitudes xenófobas y racistas que se muestran en otras facetas de nuestra vida colectiva.

La ideología de la solidaridad con la familia y con la tribu y del rechazo al considerado extranjero, sobre todo al extranjero cercano, forma parte de un cierto nacionalismo -no de todo nacionalismo, cuidado- muy extendido en Cataluña que hará difícil el mantenimiento de una sociedad diversa y plural. Determinadas ideas sobre la integración de los magrebíes y africanos -parecidas a las que se desarrollaron en los años cincuenta y sesenta respecto a la inmigración andaluza- parten de principios contrarios a una sociedad tolerante y liberal: son las ideas de los altivos propietarios de su tierra frente a ciertos extraños a los que no hay más remedio que aceptar... y educar. Mucho me temo que esta ideología, no incompatible con un falso humanitarismo blandengue -como en aquella época era el del Domund-, sea la de muchas escuelas catalanas.

José Luis Giménez-Frontín, en su último libro, El ensayo del organista, aparecido recientemente, tiene un corto poema que, bajo el evocador y significativo título Formación del Espíritu Nacional, dice así:

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"Te guste o no te guste / liberarte queremos: un paraíso fuimos, paraíso seremos".

"Libérate del tú / y librarte del yo / Con un Nosotros Solos / armonioso y eterno".

Y más adelante, breve e irónicamente, en otro titulado Corrupción de menores, añade Giménez-Frontín: "Dulce y hermoso es / vivir bien de la patria".

No sé si ciertos principios dominantes hoy en nuestra sociedad son los más adecuados para construir una sociedad libre, que crecerá mucho más en pluralismo y diversidad.

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