Tenemos un problema JOAN SUBIRATS
No hay líder político que no haya señalado durante la campaña de las pasadas elecciones autonómicas la importancia estratégica de la educación para el futuro del país. Uno de los ocho ejes del programa electoral de CiU apostaba por: "Invertir en formación porque es invertir en futuro". Maragall no cesó de repetir durante su periplo por Cataluña que su primera prioridad era "Educación, educación, educación". Expresiones parecidas brotaban de los programas de ERC y de IC. Desde cualquiera de esas formaciones políticas se afirmaba que había llegado el momento de implicar más activamente a los municipios en la política educativa de la Generalitat. Todo hacía suponer que ganara quien ganara el tema formaba parte de tal manera de las prioridades de la agenda política del país, que fácilmente se podría llegar a acuerdos inmediatamente después de las elecciones. Nos vamos acercando a los cien días de nuevo gobierno y, que yo sepa, no ha habido ni una sola reunión sobre el tema entre los responsables de las formaciones políticas catalanas. Parece que preocupan más los medios de comunicación que la educación. El pasado domingo, en una de las ya tradicionales multitudinarias manifestaciones en defensa de la escuela pública, eché en falta a muchos de los que nos hablaban enfervorizadamente de educación, de la necesidad de contar con una escuela pública de calidad y de disponer de un sistema formativo que asegurara la cohesión y la solidaridad social. No es extraño que los ciudadanos vayan sintiéndose cada vez más lejanos de los aconteceres políticos. La rutinaria acumulación de incumplimientos electorales, y sobre todo, la pertinaz ausencia de cualquier ejercicio de rendición de cuentas, va encalleciendo la dermis, y al final ya no nos creemos nada.No basta con decir que la educación atraviesa una situación de crisis. Como bien sabemos, los chinos escriben crisis con dos símbolos: uno indica peligro, el otro oportunidad. Los mismos médicos dicen que un enfermo atraviesa una crisis, cuando está a las puertas de su agravamiento o cuando inicia su recuperación. Entre todos estamos convirtiendo la educación en un problema, olvidándonos de que es básicamente una oportunidad. Los responsables políticos de la Generalitat han perdido el tiempo miserablemente en los últimos años, y ahora las grandes expectativas creadas con la llegada de la nueva responsable pueden verse frustradas ante el volumen de las tareas pendientes y los muchos frentes abiertos. Por mucho que Carme Laura conozca sobradamente el sector y actúe con su firmeza habitual, no debe caer en la tentación de cargar con el tema en solitario. ¿Por qué no se reúne con los responsables de las diversas fuerzas políticas de una vez y se dan señales de que esta vez sí va en serio? La iniciativa en los últimos tiempos la han tenido los sectores de profesorado de secundaria más reticentes a la reforma. Ni los partidos de izquierda ni los sindicatos se han expresado con rotundidad y se han visto muchas veces arrastrados a posiciones que rozaban el corporativismo. Las plataformas que aparecen insisten en pedir más recursos económicos, más centros, más docentes, menos horas. No dudo que ello sea necesario. Las cifras comparativas nos indican que estamos lejos de lo que se gastan en educación en otros lugares de Europa. Pero, no parece que en sitios como Francia o Gran Bretaña el binomio más dinero-menos problemas haya funcionado demasiado.
¿Podríamos plantear de otra manera las cosas? Si partimos de la idea de que todos tenemos un problema (no sólo la consellera y los docentes), quizá podamos empezar a solucionarlo. Es obvio que los problemas más complicados se dan en secundaria. La acumulación de factores que inciden en ello es impresionante. Democratización de acceso a secundaria sin modificación pareja de desigualdades sociales que provocan explosión de conflictos en los centros. Choque entre necesidades de nuevas pedagogías para alumnos crecidos en medio de las playstation, los teléfonos móviles y la tele a todas horas, y tradiciones formativas de los docentes basadas en transmitir conocimientos considerados imprescindibles a alumnos previamente seleccionados. Una reforma muy cargada de supuestos teóricos y de soluciones en el papel que se encuentra con la dura realidad de una sociedad en brutal transformación, con unas condiciones de trabajo difíciles y con unos hábitos docentes donde, como decían ya hace tiempo Anna Camps y Quim Sempere, predomina la transmisión sobre la adquisición. Una sociedad que sólo habla a los jóvenes de consumo, de libertad, de respeto a la diferencia, pero que no puede ofrecerles muchas perspectivas vitales. Unas familias y un entorno social que ya no son capaces de mantener sus antiguas capacidades formativas y de transmisión de valores y tienden a considerar la escuela como el contenedor de las soluciones potenciales de todo aquello que debería funcionar y no funciona, y mientras, los docentes se ven haciendo de padres, madres, asistentes sociales, enfermeros y guardias de seguridad.
Todos tenemos un problema, y sólo entre todos lograremos avanzar en mejorar la cosa. Para ello, pienso que es necesario localizar personas y comunidades que puedan y quieran asumir responsabilidades. No es ya un problema sólo de la Generalitat, es un problema de país. La educación en Cataluña está llena de problemas, pero también encontramos "puntos de luz", escuelas e institutos que funcionan formidablemente. Y esos centros ni cuentan con grandes recursos ni con prerrogativas especiales. Lo que destaca en ellos es que hay personas y gentes que cada día luchan por que así sea. ¿Quién duda de que no pueden persistir los actuales vicios en los sistemas de matriculación o de que las condiciones de trabajo de los centros públicos no son las adecuadas, ni son suficientes los recursos destinados al tema? Pero, creo que deberíamos ir más allá. Las nuevas iniciativas que se dan en varios países europeos en las que se intentan crear pequeños territorios o zonas escolares dotados de amplia autonomía, con recursos adicionales, y con la presencia en sus órganos de dirección de todos los actores territoriales relevantes (profesores, alumnos y padres, políticos y autoridades autonómicas y municipales, empresarios y comerciantes, sindicatos, asociaciones de vecinos y entidades cívicas, autoridades judiciales y policiales, asociaciones deportivas y de tiempo libre, etcétera), junto con mucha mayor autonomía a unos centros con direcciones fuertes y con un proyecto y una identidad claras, están resultando muy prometedoras. No porque de golpe todo se convierta en fácil, sino porque visualiza y concreta la responsabilidad colectiva sobre el problema. Cada uno con sus obligaciones a cuestas. No se trata de difuminar las responsabilidades de cada quien, sino más bien de entender que es tarea de todos el que la cosa funcione. Nos jugamos mucho en ello.
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