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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Holocausto

El Foro sobre el Holocausto que se ha celebrado en Estocolmo ha culminado instituyendo con carácter permanente un órgano que se propone trabajar contra el olvido como una forma de combatir la injusticia. Con la autoridad que le concede el respaldo de todo el mundo democrático, se trata de velar por la aplicación de unos valores que aún no son universales, pero han ganado más terreno en estos 10 años últimos que en 500 de historia moderna.Porque los 10 años que han pasado desde la caída del comunismo han supuesto la mayor revolución histórica en la revalorización de la memoria. Atrás han quedado las ridículas falsificaciones según las cuales el nazismo era una forma agresiva del capitalismo; los franceses, un pueblo unido en torno a la Resistencia;los italianos, piadosos protectores de judíos, y los polacos, un pueblo ajeno al antisemitismo. Desaparecidos los regímenes comunistas que velaron una historia no exenta de persecuciones contra los judíos, toda Europa, con la excepción de algunas minorías fanáticas, está en disposición de revisar globalmente los episodios más negros de un pasado aún reciente en el que hubo miles de verdugos, millones de víctimas y cientos de millones de ciudadanos indiferentes ante lo que sucedía porque pensaron que no iba con ellos.

El conocimiento del pasado es el fundamento de un futuro de civilización. Hoy hay en el mundo más fuerzas que nunca dispuestas a reconocer errores propios del pasado para evitar otros nuevos en el futuro. El holocausto, el mayor crimen habido en la historia y único por su cualidad, es y debe ser siempre la base de la reflexión histórica que guíe conductas y neutralice los peligros de las nuevas ideologías del odio. Por eso, la reunión de Estocolmo ha sido un hito histórico.

Y para valorar lo que en estos años hemos avanzado basta recordar la impunidad con que en España podía hasta no hace mucho ridiculizarse a las víctimas del nazismo, y cómo un criminal como Pinochet podía imponer sus dictados a un siempre intimidado Parlamento chileno. Y también cómo un genocida como Pol Pot se consideraba interlocutor válido para determinar el futuro de su pueblo, y en Suráfrica, los cancerberos del apartheid se creían para siempre impunes. O constatar que grandes criminales que creían poder gozar de por vida el botín amasado humillando y asesinando a hombres, mujeres y niños en Bosnia o en Kosovo van amaneciendo en celdas de la cárcel del Tribunal Internacional de La Haya.

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