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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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'Happy birthday', Documenta MERCEDES ABAD

Hace un tiempo tuve la genial idea de que me prohibieran la entrada a las librerías, como hizo Françoise Sagan con los casinos. Me movía el noble impulso de combatir mi libropatía, pues cada vez que pongo los pies en una librería, tengo la sensación de que los libros me miran con el aire lastimero de un perro abandonado y acabo comprándolos a carretadas para librarlos de su penosa orfandad. ¡Qué idea tan bonita! De no ser porque se la acabo de robar a Italo Calvino, me sentiría orgullosa de mí misma. Claro que las ideas ajenas están precisamente para eso, para sacarles el polvo de vez en cuando.De hecho, la única librería donde me atreví a pedir que no volvieran a admitirme ni aunque se lo suplicara de rodillas fue Documenta, y confieso que fracasé estrepitosamente en mi empeño. Se rieron, como si yo no estuviera del todo en mis cabales o como si no hablara en serio, y ahí expiró mi genial proyecto por falta de apoyos. No crean que les guardo rencor; al fin y al cabo, ésa fue la única ocasión en que Josep Cots y Ramon Planes me dejaron en la estacada. Por lo demás, a lo largo de 20 años me han salvado tantas veces la vida que no puedo sino estarles profundamente agradecida.

Supongo que, habida cuenta de lo raros y compulsivos que somos los librópatas, el librero ideal tiene que ser una extraña mezcla entre camello y erudito. Debe estar también lo suficientemente chiflado como para desplegar cierta tolerancia hacia la chifladura ajena. Y hay momentos en los que tiene que ser tan discreto y silencioso como una tumba. Me refiero a esos momentos en los que, en plena regresión infantil, una llega hasta la caja con un alijo de libros de piratas y no tiene el menor deseo de oír comentarios del tipo: "Nena, a tu edad, ¿no deberías comer más Wittgenstein y menos Salgari?".

En ese sentido, la hoja de servicios de los dos capitanes de Documenta es impresionante: Ramon Planes es un tipo imperturbable: ya puedes hacer gala de una enrarecida excentricidad literaria y pedirle cosas que sin duda impulsarían a todos tus ex profesores de literatura a hacerse el haraquiri, que él se limita a tomar buena nota del pedido y a consultar su base de datos sin pestañear. En cuanto a Josep Cots, un tipo que parecería un gentleman inglés recién regurgitado por Oxford si no fuera porque galopa entre libros con la energía de un meteorito y gesticula como un ardoroso meridional, admito que estoy cerca de atribuirle poderes sobrenaturales. En más de una ocasión he entrado en la librería diciendo cosas de este calibre: "El otro día, no recuerdo si era el pasado viernes o el sábado, leí en algún periódico, no recuerdo ya cuál, el artículo de un tipo, cuyo nombre ahora mismo se me escapa, que citaba un libro de no sé quién sobre arquitectura funeraria contemporánea". Y Cots, voto a bríos, tras meditar sobre el asunto no más de un minuto y medio, indefectiblemente sabe de qué libro se trata, no falla. No sólo posee una memoria portentosa, sino que parece llevar un chip con todo el ISBN en el cerebro. En otra ocasión, acudía a él para que me ayudara a localizar dos versos de Byron de los que yo conservaba un recuerdo aproximado y sin los que no podía seguir viviendo. Cots me tendió un taburete y un ejemplar del Don Juan -no sé cuántas páginas tiene, pero calculo que rondará las 800- y me invitó sin más ceremonia a despacharme el volumen allí mismo. No le pregunté si estaba dispuesto a subvencionarme con cafés y bocadillos mientras durase el chute, quiero decir, la lectura, pero sospecho que, en caso de necesidad, no habría dudado un instante en hacerlo.

Por si todas esas contribuciones a la buena salud del libro y la felicidad de los lectores fueran pocas, Cots y Planes crearon hace ya 20 años el Premio Documenta de narrativa escrita en catalán, dotado con un millón de pesetas.

Que una librería como ésta -cuyo escaso metraje no le impide ofrecer un fondo considerable junto a las novedades calientes- acabe de celebrar su vigésimo quinto aniversario, con una exposición de fotografías que recogía los pintorescos escaparates diseñados por Eduard Alonso, es motivo de infinito regocijo para lectores, librópatas, escritores, editores y distribuidores.

Carmen Secanella
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