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El verdugo y su sombra

Antonio Elorza

Si el supuesto para que el PNV firmase el pacto de Lizarra consistía en la tregua indefinida de ETA, ya que entonces el programa maximalista de la independencia sería defendido únicamente por vía democrática, ¿cómo explicar que cuando ETA reanuda su ritual de sangre el PNV se conforme con el otro ritual, el de la condena de palabra, sin siquiera suspender las relaciones establecidas en Lizarra hasta que ETA recapitule?, ¿cabe insistir en que Lizarra traza el camino de la democracia a la "soberanía" si tolera de hecho la coacción permanente del crimen político? El sigloXX ha sido demasiado rico en esas prácticas de tolerancia de supuetos demócratas hacia la violencia fascista como para ofrecer ahora al PNV, y sobre todo a su líder Xabier Arzalluz, una presunción de ingenuidad.Todo encaja, sin embargo, si recordamos aquella historia del nogal en la conversación secreta entre Arzalluz y los dirigentes etarras en que aquél les incitaría a agitar el árbol para que otros, el PNV en perfecta división del trabajo, recogiese las nueces, el cesto con la independencia.

Procedente de una filtración policial o parapolicial, el texto nos pareció entonces a muchos inverosímil. Cualesquiera que fuesen las discrepancias con las tercianas de fiebre antihispánica que de vez en cuando aquejaban al líder del PNV, estaba fuera de duda que las profesiones de fe democráticas y la ejecutoria de veinte años de gestión de la autonomía se encontraban por encima de los exabruptos. No obstante, en los dos últimos años, el cambio ya apuntado desde 1995 ha llevado al PNV, bajo la dirección del político guipuzcoano, a posiciones tales que la autenticidad o no del cuento de las nueces pasa a ser secundaria, porque la división de tareas supuestamente recomendada se ha convertido en la clave de la política vasca actual. Si el engarce entre los planteamientos políticos del círculo de ETA y los del nacionalismo democrático tiene lugar por efecto de una conjura, la del nogal, tendríamos un caso de vileza criminal por ambas partes; de ser el resultado espontáneo de una coincidencia ideológica, estaríamos ante una muestra excepcional de ajuste de unos comportamientos a unas ideas políticas. Pero la diferencia se sitúa en el terreno del juicio moral. De poco sirve reconocer, como en la elegía de Bereterretxe, una de las piezas más hermosas del cancionero tradicional vasco, que la traición y el crimen anidan también en los que presumen constantemente de nobleza.

Importa el juego de los actores políticos. Y la secuencia que discurre entre la proclamación por ETA del fin de la tregua y el primer atentado mortal resuelve cualquier duda. La explicación oficial de Arzalluz es que la presencia del PNV en Lizarra respondía a una actitud de coraje, asumiendo riesgos como partido a cambio de una esperanza de paz. Antes incluso de que ETA diera su mazazo con el comunicado de ruptura, Arzalluz había proclamado que el PNV no se dejaría tutelar por nadie, señal aparente de que el regreso al terror no iba a arrastrar al partido en la estela de la banda. Lógicamente, cuando ETA hace público su comunicado, Arzalluz declara su voluntad de enfrentarse a ella en caso de atentado mortal. Hasta aquí, todo coherente.

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Pero la auténtica coherencia es la que corresponde a la doblez de la política del PNV en ese mismo periodo. De un lado, declaraciones de pacifismo hasta la saciedad; de otro, actuaciones ambiguas, que van siempre a desembocar en un ataque contra Gobierno y partidos españoles y a una exculpación de EH, con lo cual, pase lo que pase, Lizarra sigue. La convocatoria de las manifestaciones se hace con esa consigna de "necesitamos la paz", que puede convenir tanto a agresores, como a agredidos: también Hitler necesitaba la paz en la conferencia de Múnich. Cuando se descubren las furgonetas, la primera reacción es de incredulidad; Anasagasti quiere pensar que sólo se trataba de dar un susto sin causar víctimas. Nada importa que Euskal Herritarrok dé pruebas fehacientes de su "independencia" al grito de viva ETA, "gora Euskadi Ta Askatasuna", en manifestaciones complementarias que de hecho se convierten, 22 de enero, en contramanifestaciones dirigidas a anular al modo fascista las de los demócratas. Se admite que EH no puede -¿por qué?- condenar siquiera genéricamente el terror y se le pide de rodillas "un desmarque", como si se tratara de jugar un partido de fútbol. Nueva recaída en la vileza, la cuestión es si con los atentados mortales el PP va a ganar votos.

Así que llega el atentado del viernes 21 de enero y todo se queda en un comunicado de condena del mismo y de condolencia para los familiares. ¿Consecuencia política? Ninguna. Es como aquel que asiste al entierro de la víctima de unos gangsters y mantiene sin pestañear los acuerdos con ellos. De nada sirve que EH convoque contramanifestaciones donde queda clara la continuidad con los temas y los símbolos de ETA, y que Josu Ternera, el protector de los derechos humanos en el Parlamento vasco, presida en su pueblo una alucinante ceremonia de exaltación de ETA con encapuchados incluidos. Hacia ese lado, Arzalluz ha dejado de mirar: el porvenir de una patria vasca bajo la violencia no debe conmoverle lo más mínimo, siempre que se respeten los rituales de tocar la txalaparta y bailar el aurresku. El frente nacional se mantiene, y si EH está relacionada con ETA, que el Gobierno la ilegalice, desafía Arzalluz, como si no existiera diferencia entre el reconocimiento de la vida legal a una organización, por muy próxima que se halle al terror, y la alianza política con la misma.

El sueño del fingido nogal va haciéndose realidad. Cada uno a lo suyo, y la confusión para los demás. En definitiva, según explica Arzalluz en la entrevista del día 23 en Deia, al otro lado de las elecciones PSOE y PP necesitarán los votos nacionalistas, y allí a la vuelta del camino, les espera él con su partido -cabría decir mejor en este caso partida, dada la admiración que siente por el cura Santa Cruz- para vender sus votos a cambio de "paz" (léase, mesa de rendición a las exigencias conjuntas de Lizarra). Entre tanto ETA, que en palabras de Arzalluz no sirve para nada, mata lo necesario para destruir la convivencia democrática; los de Jarrai y asociados practican la intimidación de los demócratas en los pueblos vascos con amenazas e incendios provocados, que el Gobierno vasco también condena, cómo no, cuidándose muy bien de detener a nadie; EH sostiene sus dos caras, una vuelta hacia PNV y EA, garantizándoles que no hay vascos más demócratas que ellos (y que les seguirán votando en las instituciones), otra hacia sus fidelidades tradicionales, y por último el PNV encabeza la presión sobre Madrid para que populares, y sobre todo socialistas, entren en el redil de Lizarra y acepten la fórmula abertzale para la solución del "contencioso vasco".

Todas las piezas son necesarias, siempre que sus enlaces no resulten en exceso visibles. De otro modo, quedaría al descubierto que no sólo está en juego una eventual secesión de Euskadi, cosa ya grave si pensamos en que sólo una minoría clara de la población vasca era hasta ahora independentista. Lo que la constelación ETA, con EH aún sin desgajar, impulsa, y ahora el PNV respalda, es ni más ni menos que la destrucción de una democracia que había logrado sobrevivir a dos décadas de presión terrorista. Se trata de una perspectiva estrechamente relacionada con el esquema en que ETA-EH y PNV coinciden de una Euskal Herria unificada, una gran Euskadi, reproducción a escala reducida de otros sueños venturosos de impronta balcánica. Porque esto es lo que conviene siempre tener en cuenta: es el proyecto político, reproducción del formulado hace un siglo por Sabino Arana, y sobre bases xenófobas y pseudohistóricas tan falsas como las suyas, lo que une a abertzales demócratas y filoterroristas en el frente de Lizarra, y lo que hace imprescindible adoptar uno u otro modo de violencia para condicionar los comportamientos electorales de los ciudadanos vascos. La única diferencia sensible reside en la cautela que Arzalluz ha de adoptar, con la mirada puesta en el BBV y la patronal vasca, garantizando que la aventura soberanista no acabará dejándoles fuera de Europa: de ahí esa etapa transitoria donde el Gobierno vasco, en nombre de la "paz", alcanzaría representación directa en las instancias europeas. El zorro volverá a vestirse de cordero siempre que haga falta para lograr ese fin. Estamos, pues, ante un engranaje de erosión de la democracia donde cada protagonista asume su papel, uno de verdugo, otros de acompañantes activos, con una firmeza y un sentido maquiavélico de la acción que les harían admirables de ser otros los medios empleados y los fines perseguidos.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político en la Universidad Complutense.

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