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Miserias

Rosa Montero

El pasado jueves por la noche, apenas unas pocas horas antes del asesinato del teniente coronel Blanco, TVE-1 pasó la interesante película En el nombre del hijo, de Terry George, sobre la huelga de hambre que llevaron a cabo los presos del IRA en 1981. Fallecieron diez reclusos, todos chicos jóvenes. Muchos de ellos eran asesinos con varias muertes atroces en la conciencia; otros habían sido solamente colaboradores de la banda. Al día siguiente, cuando me enteré de que ETA había vuelto a triturar a una persona por el facilísimo método del coche bomba, pensé que si los ejecutores habían visto la película la noche anterior, se habrían sentido henchidos de heroicidad y gloria. Porque es evidente que los etarras, como todos los demás verdugos de la historia, carecen de la inteligencia y la madurez psicológica suficiente para entender el sutil, desolador mensaje de la película de George. Que consiste, precisamente, en compadecerse y horrorizarse de la miseria moral del ser humano. De los estragos del fanatismo, que termina creando un infierno en la Tierra.Recuerdo que en 1981 la agonía de los presos del IRA ocupó todas las primeras páginas de los periódicos; y que en muchos casos se hablaba de ellos con admiración, ante el feroz empeño de inmolarse por medio de esa muerte horriblemente lenta y dolorosa. Yo escribí entonces, y hoy vuelvo a hacerlo, que no encuentro nada ejemplar en aquellos tristísimos sacrificios del IRA. Porque alguien que es capaz de matarse a sí mismo por una idea, es todavía mucho más capaz de matar a los demás, como, por otra parte, evidenciaba el historial de aquellos presos. Esas largas agonías, y el inmenso sufrimiento que conllevaban, sólo me producen congoja y espanto, y la enorme pena de constatar, una vez más, hasta donde nos lleva el dogmatismo, esto es, el temor a ser libres, el miedo a reflexionar por nosotros mismos y ser adultos. Todo esto viene al hilo del nuevo crimen de ETA. Qué patético que esos tipos se crean heroicos, cuando no son más que unos pobres cobardes, unos seres patológicamente inmaduros, un ejemplo de lo pequeños que podemos llegar a ser los individuos. Que la suerte nos ampare de estos trágicos idiotas.

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