Retórica
El atentado de Madrid ha pillado con el paso cambiado a las principales formaciones políticas. Creo inútil volver a afirmar que la única responsable de la muerte del teniente coronel es ETA porque eso es evidente: matar o no matar es decisión final del que mata. Otra cosa es que la ciudadanía, ahora convocada para minutos de silencio o para unanimidades, tenga esta vez la mosca en la oreja sobre el uso político que se ha hecho de la llamada tregua indefinida y del final de la tregua. Si el ciudadano ha de ser un sujeto activo contra la violencia, debería estar informado al día de en qué han consistido las negociaciones y qué constancia hay del famoso precio político que está alcanzando pueril condición de lo innombrable. Los partidos no se pueden acordar de la ciudadanía y de los espíritus unitarios sólo cuando truena y si ni ETA ni el PP quieren transparencia, intermediarios como el obispo Uriarte deberían asumir la condición clarificadora de pastor de ciudadanos y no de pastor de borregos.Porque desde que ETA decidió acabar con la tregua, aquí se ha metido el nacionalismo en la manguera del bombero para apagar el fuego. Se ha recuperado el discurso nacionalista español en boca del PP y los demás han hecho cuestión prioritaria de marcar distancias o aproximaciones con respecto a los nacionalismos aplazados o emplazados. Es lógica la común sospecha de que se estaba manipulando el artefacto explosivo con maneras electoralistas y que una cosa era lo que se decía hasta el 12 de marzo y otra lo que se diría según el resultado electoral. Hay quien se pisa la propia sombra, hay quien se pisa la estrategia, como jugadores de fútbol regateadores que acaban regateándose a sí mismos.
Cabe sospechar que éste no será el último atentado. La estrategia de la tensión promete otra demostración de terror antes del 12 de marzo. Los expertos ya habrán calculado cuántos muertos son necesarios o posibles para que las elecciones maduren como maduran los melones y los pueblos. Los ciudadanos hemos de tratar de sobrevivir a los efectos colaterales de los bombazos; la corrupción retórica es uno de los más temibles. Ya lo dijo el poeta: hay palabras que matan y otras que duermen.
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