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EDUCACIÓN

De vuelta a clase

Antes de jubilarse fueron médicos, jueces, empresarios, actores, periodistas... Muchos estudiaron en la universidad, otros ni siquiera terminaron el colegio, pero en ambos casos el resultado fue el mismo: triunfaron profesionalmente. Por eso cuando llegó el momento de jubilarse no se resignaron a perder el dinamismo y la actividad que impregnó sus vidas y decidieron seguir siendo jóvenes. ¿Cómo? Volviendo a las aulas.Aprender es el motor que mueve a los 70.000 jubilados que acuden en Estados Unidos a los Institute for Learning in Retirement (ILR) (Institutos para Aprender tras la Jubilación). Pero, a diferencia de otros centros de estudio para mayores, en los ILR se imparte un tipo de educación y acude un tipo de alumno muy concreto. "El peer-learning es la base de todo: aprender de igual a igual. No hay profesores en el sentido clásico, los alumnos son los profesores, y viceversa. Cada curso tiene uno o dos coordinadores voluntarios que dirigen al grupo. En las clases todo se basa en la discusión, en la capacidad de participación de los alumnos y en su implicación a la hora de preparar temas y compartirlos con el resto. Por eso es fundamental que los alumnos hayan tenido una vida rica en experiencias, que puedan aportar cosas al grupo. Ésa es la base a la hora de admitir nuevos estudiantes", explica Michael Markowitz, director del Institute for Retired Professionals, el primer ILR que se creó en Estados Unidos.

La idea surgió en 1962, en la New School University de Nueva York. Un grupo de ex profesores de la propia universidad montó la primera clase. Su objetivo era seguir manteniéndose activos intelectualmente y dedicarse a estudiar todo aquello que siempre les había interesado y que no habían tenido tiempo de aprender durante su vida profesional. Ejercer como alumnos y profesores a la vez fue la fórmula que escogieron para obligarse a participar activamente en las clases.

El experimento fue un éxito y hoy existen 263 ILR por todo el país y unos 50 en vías de creación. Todos ellos pertenecen a la asociación Elderhostel Institute Network, creada en los años ochenta para intercambiar información y ayudar en la creación de nuevos ILR.

"Casi todos los cursos están estructurados de la misma manera: entre 15 y 25 alumnos por curso, 2 horas de clase a la semana, 3 o 4 cursos por semestre a elegir entre unos 30 o 40 diferentes. Como los ILR suelen ser parte de una universidad, nuestros alumnos también pueden participar en uno de los cursos regulares que allí se imparten", explica Debbie Rogers, una de las coordinadoras del Elderhostel Institute Network.

El número de alumnos de cada ILR varía entre los 200 y 300 por año, dependiendo del espacio de las sedes, y también el precio de inscripción es variable, aunque lo máximo que puede llegar a pagarse (el más caro es el ILR de Harvard) son unas 80.000 pesetas por año.

Aunque en teoría está garantizada la igualdad de oportunidades para todos los candidatos, al entrar en las ILR salta a la vista que casi la totalidad de los alumnos son de piel blanca. "En el fondo aquí se reflejan las diferencias raciales que subyacen tras las diferencias económicas y culturales de Estados Unidos. Aunque nosotros estemos a favor de la diversidad racial, la realidad es que el 90% de los que se interesan por nuestros institutos son de piel blanca, porque la élite intelectual y económica del pais sigue perteneciendo a esa etnia. Se está produciendo un cambio, pero es lento, se avanza muy poco a poco", asegura Debbie Rogers.

Aunque hay que tener en cuenta que el 80% de la población norteamericana es de raza blanca, las palabras de Rogers coinciden con las cifras que predominan en otros ámbitos de la educación de ese país: en las universidades, el 75% de los alumnos son de esa etnia frente al 10% de raza negra, al 8% de hispanos y al 6% de origen asiático.

Más críticos y motivados que los jóvenes

La cafetería de la New School University de Nueva York, sede del Institute for Retired Profesionals (IRP), ofrece cada mañana un panorama muy peculiar: la soledad y las caras de aburrimiento o de agobio de los estudiantes jóvenes que transitan por allí contrastan con las acaloradas discusiones y el jaleo que montan los otros estudiantes, los del IRP."En el bar continuamos las discusiones que comenzamos en clase. Estudiamos por el simple placer de aprender, así que da igual que la clase haya terminado, queremos seguir aprendiendo", explica Harriet, una ex profesora de 71 años con una larga melena blanca. "Cuando me jubilé estaba horrorizada, tenía demasiado tiempo libre y no quería pasarme el resto de mi vida vegetando ante la televisión, yendo de compras y a la peluquería. Descubrí el instituto y me salvó la vida: seguir estudiando te hace sentirte joven y vivo", explica esta alumna de literatura y escritura de ficción.

Todos ellos escogen también un curso regular universitario de la New School, compartiendo pupitre con alumnos 40 o 50 años más jóvenes que ellos. "Por un lado es bonito verse rodeado de gente joven, pero a mí hay algo que me preocupa: los mayores criticamos al profesor, le cuestionamos y le preguntamos constantemente. Los jóvenes, en cambio, parece que no tienen sentido crítico y sólo les interesa aprobar. Es muy triste que las nuevas generaciones no tengan curiosidad", concluye con amargura un hiperactivo Richard Rifkin, de 67 años, ex ingeniero.

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