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Tribuna
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Los aerolitos BENJAMÍN PRADO

De pronto, hoy no era jueves, sino domingo, y, por lo tanto, yo no era yo, sino Juan José Millás. Habían pasado varias semanas, la lluvia de aerolitos continuaba cayendo sobre España y era más grande y más peligrosa. De hecho, la gente ya no gastaba bromas, no dejaba bloques de nieve en las autopistas o en medio de las ciudades para hacerlos pasar por fragmentos del cometa. Lo único que hacían era observar continuamente el cielo, asustarse de que estuviese por todas partes y fuera tan difícil esconderse de él, buscar en algún punto de su azul asesino una advertencia, una señal de la siguiente amenaza, del próximo proyectil de hielo.Algunos creían que el origen de las piedras era terrestre y otros creían que era cósmico. Algunos dijeron que Dios nos había declarado la guerra, harto de vernos quemar sus bosques y envenenar sus ríos, y otros estaban seguros de que todo era sólo un truco comercial, la campaña publicitaria de unas líneas aéreas o de una marca de refrescos. En cuanto al ministro Arias-Salgado, lo negaba todo y quería cargarle el mochuelo a Felipe González: "¡Que demuestre que no es él!", enfatizó en el Congreso de los Diputados. "¡Que demuestre, si puede, que no es él quien está detrás de este diluvio!". Después leyó una lista de las catástrofes naturales ocurridas durante los doce años de Gobierno del PSOE y prometió la creación de veinte millones de tejados nuevos. A pocos metros de allí, en el salón de Plenos del Ayuntamiento de Madrid, el alcalde José María Álvarez del Manzano advirtió, por su parte, que pensaba hacerle una estatua a Odín -dios de las fuerzas de la Naturaleza, cuyo ojo es el sol- y construir un túnel que fuese directo desde el paseo de la Castellana hasta Elche. Por supuesto, eran muy numerosos los actos de pillaje y deslealtad entre la población. Había quien intentaba colarle al seguro un parte por la avería de la radio del coche, causada, según él, por una avalancha de objetos desde el espacio; quien se servía de las circunstancias para atentar contra los bienes de sus enemigos o subir al triple el precio de los víveres, y quien se puso a embotellar el agua de los aerolitos deshechos para venderla como una pócima mágica.

El Estado, pese a todo, reaccionó con presteza, subiendo un duro las pensiones y retirándole el pasaporte a Polanco. Los partidos políticos, como es habitual, estaban enfrascados. ¿En qué? No estoy seguro, pero el caso es que eso es lo que decían las primeras planas de los periódicos, que estaban enfrascados en no sé qué. Recuerdo que el presidente del Gobierno, José María Aznar, acabó un mitin en Orihuela citando estos versos de Federico García Lorca: "Asesinado por el cielo. / Entre las formas que van hacia la sierpe / y las formas que buscan el cristal, / dejé crecer mis cabellos./ Con el árbol de muñones que no canta / y el niño con el blanco rostro de huevo. / Con los animalitos de cabeza rota/ y el agua harapienta de los pies secos. / Con todo lo que tiene cansancio sordomudo / y mariposa ahogada en el tintero. / Tropezando con mi rostro distinto de cada día./ Asesinado por el cielo". Y también recuerdo que el líder socialista, Joaquín Almunia, le acusó de falsedad y oportunismo; que calificó de "taimada e intolerable" su argucia de apropiarse de los símbolos de la izquierda para parecer de centro: "Primero fue Azaña", argumentó el candidato; "luego, Alberti, ¡y ahora, García Lorca!". Acto seguido intentó darle una lección a su rival, espetándole en plena cara estos versos irrebatibles de José María Pemán: "¡Oh, Cuerpo, manso asnillo, / tan dulce junto a mí por la vereda! / Porque cantar tus alabanzas pueda, / el Señor me conceda / la rima clara y el decir sencillo". Desde luego, todo había sido una pesadilla de la que pude despertar, como suele ocurrir, en el momento más dramático. No me acuerdo qué pasaba exactamente en ese punto, sólo sé que de repente oía una especie de plegaria o responso en el cuarto de baño y que al abrir la puerta vislumbraba a Josep Piqué medio oculto por el vapor y usando mi secador de pelo.

Desayuné y estuve riéndome de ese sueño debajo de la ducha. Luego fui a pasear por la ciudad y allí estaba todo: La Violetera, Goya, los chirimbolos. Me pregunto qué pasaría si de verdad llegara la lluvia roja. Me pregunto si Dios tendrá buen gusto y buena puntería.

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