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Reportaje:

La muerte del último bucardo

El día de Reyes vio su fin. Atrapado bajo un árbol caído en la Faja Pelay, en plena serranía del parque nacional de Ordesa y Monte Perdido (Huesca), el último bucardo expiró. Era una hembra con un porte robusto de 50 kilos y los característicos cuernos en forma de lira, que la diferenciaban del resto de cabras montesas. Su muerte, y con ella la de una subespecie única en el mundo, no sorprendió a los técnicos de la guardería forestal que la hallaron. Casi un año antes, a finales de 1998, cuando falleció la otra hembra, ya se daba por extinguida.Es más, la desaparición de esta subespecie de cabra pirenaica, que ha mostrado el fracaso del ambicioso plan de recuperación emprendido hace seis años, era un hecho del que se venía alertando desde hace 66 años. El 13 de julio de 1933, dos comisionados enviados para informar sobre los parques de Covadonga y Ordesa (según recoge la próxima edición de la Historia de los parques nacionales, de Rosa Pradas y Joaquín Fernández) afirmaban: "No hemos conseguido ver ni un ejemplar de bucardo, y las noticias de los guardas y personas conocedoras del parque acerca del particular son muy confusas y poco tranquilizadoras: uno de los guardas cree que podrá haber unos 30, otro dice que a lo sumo habrá 20 y el tercero asegura que los ha visto algunas veces, pero sin precisar cuándo ni calcular los que pueda haber. Por todo ello, opinamos que procedería hacer por personas competentes, a presencia de elementos de esta Comisaría, un reconocimiento que permitiese tener una idea aproximada de su número, pues es realmente extraño que habiendo transcurrido 15 años desde la declaración del parque no haya un gran número, si realmente existían algunos en dicha fecha y los guardas del parque han cumplido con su deber".

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Una posible clonación

Sesenta y siete años después, cuando la especie ha desaparecido, la comunidad científica, los ecologistas y los conservacionistas se sienten embargados por un sentimiento de frustración. Pero, más allá de toda duda, en el mundo conservacionista se cree que los científicos han dejado pasar el tiempo en discusiones sobre qué alternativa era la más adecuada para evitar la extinción.

Quienes han participado desde 1993 en el plan de recuperación con ayudas de la Unión Europea intentan buscar explicaciones mientras mantienen a buen recaudo tres muestras de sus células tomadas en abril del pasado año.

Biólogos, veterinarios y guardas forestales recuerdan las más de seis mil horas de vigilancia de estos ejemplares en la zona más abrupta de Ordesa y repasan las circunstancias que han llevado a su fin.

El director general del Medio Natural de la Diputación General de Aragón (DGA), Carlos Ontañón, apunta que cuando se inició el plan de conservación apenas quedaban una docena de ejemplares. Eran muy pocos. Factores como la consanguinidad -se reproducían entre una pequeña manada- y la afinidad genética contribuyeron a su degradación como especie. Las primeras señales de alarma se remontan a finales del siglo XIX, cuando una de las cuatro subespecies de la cabra hispánica, la lusitánica, desapareció. Los bucardos, especies pirenaicas, quedaron reducidos a Ordesa, parque nacional desde 1917, creado con una filosofía propia de principios de siglo, "no para proteger las especies o una especie en concreto, sino para proteger aquellos santuarios de la naturaleza como ideó el marqués de Villaviciosa".

Con esta figura de protección se conservaba el paisaje y, de paso, se vigilaban las especies que habitaban en él. El bucardo sobrevivió con un centenar de ejemplares. "Es difícil de precisar cuántos eran, porque no tenemos datos ni informaciones precisas. Hay que tener en cuenta que es una especie difícil de controlar, que vive en territorio abrupto y que durante un tiempo, por necesidades o por otras causas, se cazó con plena libertad", señala un biólogo.

El director general del Medio Natural no cree que la caza diezmara la especie. "Hoy, la hispánica se localiza en el litoral catalán de Tortosa; en el Maestrazgo se extiende en Beceite, y se mantiene en Gredos y las cordilleras Bética y Penibética", razona.

Al asumir las competencias de medio ambiente en 1989, la comunidad autónoma de Aragón elaboró un catálogo de animales en peligro de extinción y no fue sino hasta cuatro años después cuando el Gobierno regional puso en marcha el plan de recuperación del bucardo. De poco sirvió. Un comité de científicos integrado por biólogos, veterinarios, investigadores autonómicos y la universidad acometió la tarea de elaborar el inventario de los bucardos supervivientes cuando ya se temía que no quedara ninguno.

El primer intento para rescatarlo de esta pendiente consistió en agruparlos con cabras montesas de Beceite para intentar su cruce, sin ningún resultado. En 1998 se capturaron dos ejemplares con la idea de intentar cruzarlos en cautividad en La Garcipollera de Jaca, una finca de la Diputación General de Aragón.

Pero la bucarda era vieja y se murió. Fue entonces cuando se empezó a estudiar las posibilidades de una clonación. En abril de 1999 se capturó la única bucarda superviviente, se le aplicó un aparato para controlar sus movimientos y se le tomaron tres muestras. Dos de ellas están depositadas en el Servicio de Investigación Animal de la DGA, y la otra, en el Centro de Investigación y Estudios Medioambientales (CIEMAT) de Madrid.

Ontañón recuerda que el animal estaba en perfecto estado de salud. Bien nutrida, con peso y pelaje. "No teníamos señales de ella hasta el día de Reyes, cuando la encontramos muerta. La especie se había perdido".

"Habrá que ver qué se hace ahora, porque era un ejemplar único en el mundo; no es el caso del oso, aunque también esté amenazado. El bucardo ha desaparecido para siempre del planeta", dice Ontañón. Con sabor agridulce, afirma que la frustración embarga no sólo al comité científico, sino a toda la sociedad, por la pérdida de un eslabón con la naturaleza.

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