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Una más del académico

JOSU BILBAO FULLAONDO

El último trabajo de Alberto Schommer (Vitoria, 1928) sobre Bilbao. La ciudad se expone en el Aula de Cultura de la BBK en la calle Elcano. Como todo lo que hace este controvertido autor tiene aspectos sumamente interesantes y otros que no lo son tanto. Estos contrastes terminan por resultar divertidos. Son como pedernales que frotándose levantan chispas para encender las hogueras de la discusión. El conjunto rezuma el privilegio de haberse hecho como le ha venido en gana. La maestría no está en duda. El resultado no despeja si se trata de una búsqueda de nuevas formas fotográficas o si, sencillamente, hijo del mínimo esfuerzo. Tal vez sea fruto (se me ocurre) de la "no-reflexión" como nuevo modelo expresivo. En cualquier caso, un académico puede asumir riesgos bajo la pantalla del ensayo y, en estos menesteres, ya se sabe, no todas las notas resultan afinadas.

La trayectoria de este hombre de 71 años, heredero de una saga de fotógrafos de origen alemán establecidos en el País Vasco, merece toda una biografía detallada. Lo aprendido en casa fue mejorado en Colonia y París. Sus trabajos y exposiciones son innumerables. Cuando uno termina de escribir su último título puede haber otro preparado en imprenta. Su colección de Retratos Psicológicos (1975) fue su primer libro. El que le hizo sobresalir en los escenarios de la foto, donde manifiesta un estilo propio repleto de intencionalidad. Son imágenes cuyo contexto intraicónico (gestos, poses, añadidos connotadores) desvelan sentimientos profundos del personaje retratado. Figuras relevantes de la España predemocrática, sacadas del estamento religioso, político, cultural o financiero, se prestaron al ejercicio, que delataba cierta preocupación social. Luego llegó Descubrimientos, donde se plantean conceptos menos particulares, como el poder, la justicia o la creatividad. En esta misma trayectoria puede encuadrarse su serie Máscaras. Aquí los actores se presentan sin el latido armonioso de la vida, insensibles, sobrenaturales, imperecederos.

El resto de publicaciones han sido menos complejas. Pesaba más el marketing que la creatividad. Manifestaban un estilo documentalista sin estridencias compositivas, sobrio y formal. Están sostenidas en pintorescos ejes de mirada, curiosos planos detalle y tonos de color saturado. El grito de un pueblo, Zero Hust, Gasteiz, Bizkaia profunda, referidos a su tierra de origen, son ejemplos de ese estilo. Podría añadirse también La corona española ante el mundo o las ciudades: Madrid, New York y ahora Bilbao, víspera de su 700 aniversario.

Después de todo este trasiego, la ultima entrega mantiene un sencillo tono documental fortalecido por el impacto expresivo que concede el blanco y negro. Es un generoso paseo por la Villa del Nervión. De manera azarosa arranca en el Instituto Miguel de Unamuno, donde un velo de sombras deja ver a dos chicas mientras charlan sentadas en un banco, y termina en una imagen del Museo Guggenheim, un recorte de la parte más alta del edificio, empequeñecido al contrastar con una superficie ocupada por el enorme cielo bilbaíno. La nueva terminal del Aeropuerto de Bilbao da juego para atrapar unas formas de imponente impacto visual. El Sagrado Corazón visto desde los jardines metálicos del Palacio Euskalduna resulta intrigante. No son muchas las novedades, incluso algunas de las tomas parecen sacadas sin pudor de otras publicaciones.

La aparente espontaneidad que podía excusar la ausencia de un hilo conductor del reportaje queda trastocada cuando uno descubre, por el anonimato que guarda el índice de las estampas, la bella modelo que se repite en circunstancias y lugares diferentes. La exposición se recoje en un espléndido catálogo con 123 fotografías, prueba de la generosidad de la entidad financiera organizadora, con un formato sobre el que debieran meditar los editores; apto para estantería, pero incomodo para su lectura. Un esfuerzo excesivo para un trabajo de autor de renombre que poco enriquece la iconografía de la capital vizcaína.

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